Carmen Rivera Izcoa, modelo inigualable de dedicación a la cultura

Alfredo Torres Otero

 Librería La Tertulia, local en la Calle Amalia Marín. R.R.S.S.

En aquellos días La Tertulia era como un oasis, o, como dijera Carl Sagan refiriéndose a la ciencia, una luz en la oscuridad para la intelectualidad curiosa y para aquella juventud universitaria sedienta de cambios y revolución.

El pasado 28 de septiembre de 2023, falleció en San Juan, a los 95 años, Carmen Rivera Izcoa, fundadora de la Librería la Tertulia en 1967, y una década más tarde, en 1976, la editorial Ediciones Huracán. Estas dos empresas marcaron, como muy pocas lo han hecho en la historia de Puerto Rico, el quehacer cultural alrededor de los libros.

La primera vez que vi a Carmín fue en la Librería la Tertulia, en la Calle Amalia Marín, esquina González, en Santa Rita. Esto fue poco tiempo después de inaugurado, en 1971, aquel mítico lugar que siempre será recordado por la escalerita de su entrada donde tantas conversaciones políticas y literarias tuvieron lugar. Ella trabajaba, entre papeles y libros, en una pequeña oficina en la parte de atrás, desde la cual un hueco abierto en la pared le permitía echar un vistazo a la librería. En aquel momento no tenía ni la más remota idea de que aquella laboriosa mujer comandaba con firmeza la moderna librería que se había convertido en un centro para la más viva actividad intelectual en el país. 

 Jesús Tomé. R.R.S.S.

En mi primera visita a la Tertulia, había sido atendido por un hombre joven, un español de amables modales. Poco tiempo después, supe que ese hombre, el cual yo suponía era el dueño, se llamaba Jesús Tomé y que era un gran poeta, un exsacerdote que a duras penas había sobrevivido a las purgas de la Iglesia Católica, motivadas por el terremoto originado por el libro Mi iglesia duerme, del padre jesuita Salvador Freixedo. Fue Don Jesús la misma persona que, par de años más tarde, había sobrevivido también a las llamas provocadas por las turbas del General Juan Palerm, que, impotentes y encolerizadas porque le fue impedido el paso a los predios de la Universidad en medio de una protesta, habían acabado por destruir e incendiar todo a su paso por las calles de Río Piedras. La enardecida turba dirigida por Juan Palerm intentó incendiar las oficinas del Movimiento Pro Independencia (MPI) frente a la Plaza del Pilar, para luego llegar hasta la Librería la Tertulia, que, para el 1969, estaba localizada en la Calle Borinqueña en Santa Rita, lugar donde además pernoctaba Jesús Tomé. De eso hará poco más de 50 años.

En aquellos días La Tertulia era como un oasis, o, como dijera Carl Sagan refiriéndose a la ciencia, una luz en la oscuridad para la intelectualidad curiosa y para aquella juventud universitaria sedienta de cambios y revolución. En sus anaqueles, la mejor literatura del mundo estaba rodeada por los libros de Marx, Engels, Bakunin, Lenin, Trotsky y Mao, junto al Che, la Crítica de las armas de Regis Debray, Actas tupamaras y Diez días que estremecieron al mundo de John Reed. Por allí circulaban los manuales de la Academia de las Ciencias de la Unión Soviética, que, junto a Martha Harnecker y Georges Politzer, intentaban explicar el orden del mundo. Junto a Paulo Freire y su Pedagogía del oprimido, Frantz Fanon y Albert Memmi nos hablaban de Los condenados de la tierra, mientras pintaban El retrato del colonizado. Y desde Ayacucho, Ángel Rama nos acercaba a la mejor biblioteca literaria de América. 

Para entonces, la Editorial Siglo XXI de México, comandada por el exdirector del Fondo de Cultura Económica, Arnaldo Orfila Reynal, plantaba bandera como la vanguardia de aquella revolución editorial que creció después de la cubana. Con la traducción y publicación de aquellos 50 volúmenes de historia, donde destacaba la de América Latina, con Eduardo Galeano y sus Venas abiertas, o Quién gobierna en Estados Unidos, de William Domjoff, más una nueva traducción de El capital de Marx (que afinaba y pretendía superar la previa traducción de Wenceslao Roces para el Fondo de Cultura Económica), se abrían nuevas miradas. El Boom literario latinoamericano tomaba el mundo por asalto, tal como Azul de Darío lo había hecho a finales del Siglo XIX. Los franceses, encabezados por Albert Camus, Jean Paul Sartre, Michel Foucault, Simone de Beauvoir y el argelino Louis Althusser, destronaban viejas ideologías, para que el mundo no volviera a ser el mismo. El ingenio de Borges intentaba abrirse paso en esa cultura de izquierdas, en un mundo fascinado con Casa tomada de Julio Cortázar. Allí en la Tertulia también conocimos a la mejor literatura del mundo en español, las revistas literarias y políticas, a Mafalda, Intilimani y la Nueva Trova cubana. Emergía la generación literaria de los 70 y los nuevos relatos de los de abajo ensayaban una Nueva Historia. De la mano de Carmín aparecía la otra cara de la historia. 

Librería La Tertulia, local en la Calle Amalia Marín. R.R.S.S.

Vine a conocer más de cerca a Carmín a inicios de la década de los 1990, cuando tuve la fortuna de adquirir la Tertulia, hace ya 30 años. Para entonces, Ediciones Huracán estaba localizado en el antiguo lugar en la Calle González que había sido el hogar de la Librería Hispanoamericana, regenteada por el culto librero argentino Juan Gallaguer y su esposa, la puertorriqueña Mary de la Rosa, la cual todos pensábamos era argentina, pues él cariñosamente, siempre se refería a ella como mi Nacha. 

Al cabo de dos décadas, Ediciones Huracán era una empresa madura, y Carmín había transformado el mundo editorial de Puerto Rico. Con mucha inteligencia y valentía, con el oído bien puesto en tierra, creó nuevos espacios para encausar la investigación y el pensamiento, cuando las anquilosadas editoriales del Estado ya exhibían sus densas capas de moho. Su primera publicación en 1976, Conversación con José Luis González, de Arcadio Díaz Quiñones, sentó la pauta del que sería el proyecto editorial independiente más esperanzador en Puerto Rico. Para entonces descubrimos que, al país, le habían puesto cuatro pisos, y mirábamos con otros ojos La llegada y La guerra después de la guerra. Escuchábamos Balada de otro tiempo, sabiendo que La luna no era de queso. Nos enterábamos de Las tribulaciones de Jonás, para luego asistir a El entierro de Cortijo en La ciudad que nos habita de Magali García Ramis. Ese mismo joven llamado Edgardo nos llevó a conocer La noche oscura del Niño Avilés. César Andreu nos contaba las Memorias de Bernardo Vega y Sidney Mintz nos hablaba de Taso, el trabajador de la caña.

Silvia Álvarez Curbelo y Malena Rodríguez Castro documentaban el nacionalismo y el populismo. Julio Ramos rescataba del olvido a Luisa Capetillo, cuando Yamila Azize documentaba La mujer en la lucha. María Solá reunía en un volumen a cinco narradoras para decir que Aquí cuentan las mujeres. Y Víctor García y Rafael Ramírez nos decían que Los hombres no lloran, madrugando a los debates sobre las nuevas masculinidades. Fernando Picó no solo nos regaló su versión de Historia general de Puerto Rico, sino que nos llevó de la mano a conocer el mundo del Amargo café, de la Libertad y servidumbre y las microhistorias de ese mundo rural del siglo XIX, además de un crecido número de historias municipales y de alertarnos de las aventuras de Don Quijote en motora. En El día menos pensado visitamos la cárcel y el mundo de los menos aventajados.

Abajo, de izquierda a derecha, Fernando Picó, Magali García Ramis y Carmen Rivera Izcoa. Foto provista por Yvette Torres Rivera

Desde Huracán, Carmín proveyó la plataforma donde se juntó La memoria rota y Gervasio García nos explicó cómo Armar la Historia. Chuco Quintero y Gervasio versaban sobre las clases sociales y las luchas de los movimientos obreros. Pedro San Miguel describía El mundo que creó el azúcar. Y Julia de Burgos nos daba la Canción de la verdad sencilla, mientras apuntaba a su propia ruta, para que Angelamaría Dávila pudiera encontrar su Animal fiero y tierno. Francisco Catalá y Carmín nos llevaron a El callejón del sapo donde el cooperativismo tuvo su origen, para luego hablarnos de la Democracia obrera. Félix Córdova ya nos hacía cuentos sobre un Rabo de lagartija. Más adelante, Mayra Santos nos enseñaba su Pez de vidrio. Rafi Bernabe hablaba de las Respuestas al colonialismo y de otras maldiciones de Pedreira, después de que Carmín reavivara El prontuario histórico y El prejuicio racial en Puerto Rico de Tomás Blanco. 

Su formación y entrega nunca le permitieron entrar en componendas, ni siquiera con la compra de taquillas para las campañas políticas de los partidos gobernantes, lo que seguramente le hubiera garantizado los accesos a los caudales del Departamento de Educación. Si por eso su entrada a la danza de los millones estuvo vedada, lo aceptó con verdadero estoicismo y ejemplar dignidad.

La gesta y los actos militantes que con tan sólida voluntad Carmín realizó no tienen comparación en la historia del mundo editorial puertorriqueño. Para muestra, con un botón basta: Fernando Picó entregó su Amargo café y seis meses después salía publicado por Ediciones Huracán; mientras que, al mismo tiempo, Carlos Buitrago entregaba a la Editorial de la UPR el manuscrito de Haciendas cafetaleras y clases terratenientes, que fue publicado 5 años después.

No conozco en toda la historia de Puerto Rico de una sola empresa editorial, verdaderamente independiente, autosuficiente, que contenga un catálogo tan robusto como el de Ediciones Huracán. Las empresas editoriales generalmente han sido subsidiadas por el mecenazgo público o privado. Otras han sido posibles como una actividad colateral de algunas librerías, o han sido empresas en que la mayor parte de su producción está destinada a la confección de libros a ser utilizados como textos. Lo cierto es que la mayoría de las editoriales independientes han sido posibles gracias al dedicado trabajo, sin remuneración económica, de personas que tienen casi garantizado un ingreso económico proveniente de otras fuentes, algunas más pequeñas, financiadas con el trabajo de profesores universitarios, cuyo beneficio es la satisfacción que deja publicar buenos libros.

Me viene a la memoria la única carta de Carmín en su correspondencia con José Luis González, al inicio de Ediciones Huracán, aparecida en el importante libro A veces llegan cartas. Esta carta sería un buen punto de partida para discutir sobre las condiciones reales de posibilidad de las editoriales independientes en una isla cuya población no llega ni al 1% de la de los Estados Unidos.

Fotos provistas por Yvette Torres Rivera

Tal vez por esas mismas cualidades también se convirtió en una importante figura de nuestra cultura, aquí y en casi todos los circuitos latinoamericanos del libro, donde participó y era reconocida y admirada por los más importantes editores. Tengo fe en que algún día su importante paso por este Valle de Collores sea justamente valorado y reconocido. 

Entre las décadas de 1970 y 1990 el mundo había girado radicalmente su rumbo. El Muro de Berlín había caído, la Unión Soviética había dejado de existir. En Puerto Rico la palabra más común en las izquierdas (que habían construido un fuerte tejido a través del cual se desplazaba buena parte de la discusión de la producción editorial) era “el reflujo”. Mientras, las políticas del neoliberalismo impulsado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher caminaban a sus anchas, al mismo tiempo en que el mercado marcaba el paso de todo, con muy pocos tropiezos. Tanto las librerías como las editoriales que se habían formado bajo el anterior paradigma sintieron profundamente los cambios. El ambiente intelectual alrededor de las universidades, a partir de este giro, ya no sería el mismo. Las ciencias sociales empezaban a ceder el paso a otros saberes que pretendían explicar el nuevo mundo. Aparecieron los estudios culturales y la llamada deconstrucción de los fundamentos en que se había asentado el mundo moderno. Algunos proyectos intelectuales, que empezaban a notar el cambio, buscaron nuevos derroteros. 

Ya en esos años, mientras algunos editores se paseaban por las ferias del libro cogidos de la mano de Víctor Fajardo, Carmín insistía en publicar El desgobierno de Rosselló y Cifuentes y criticaba La mano dura contra la cordura

Su formación y entrega nunca le permitieron entrar en componendas, ni siquiera con la compra de taquillas para las campañas políticas de los partidos gobernantes, lo que seguramente le hubiera garantizado los accesos a los caudales del Departamento de Educación. Si por eso su entrada a la danza de los millones estuvo vedada, lo aceptó con verdadero estoicismo y ejemplar dignidad. Con total honradez sostuvo un trabajo cónsono con su ética, realizado con mucha inteligencia y sensibilidad, siempre dispuesta al escrutinio, siempre de frente, lo que a algunos les podía resultar bastante incómodo, acostumbrados a la brega con el mangó bajito. Pero fue una de estas cualidades lo que le permitió a Carmín hacer su enorme aportación a nuestra cultura letrada y dedicarse en alma y cuerpo a tan digna vida. 

Carmín vivió y trabajó por el libro, en un ambiente muchas veces atravesado por el afán de lucro, el dinero fácil y la falta de reconocimiento, y donde no fueron escasas algunas muestras de mezquindad. 

Tal vez por esas mismas cualidades también se convirtió en una importante figura de nuestra cultura, aquí y en casi todos los circuitos latinoamericanos del libro, donde participó y era reconocida y admirada por los más importantes editores. Tengo fe en que algún día su importante paso por este Valle de Collores sea justamente valorado y reconocido. 

Gracias, Carmín, por tanto. Sé que ahora descansas en paz, querida maestra y amiga.  Vivirás para siempre en nuestra memoria. 

No conozco en toda la historia de Puerto Rico de una sola empresa editorial, verdaderamente independiente, autosuficiente, que contenga un catálogo tan robusto como el de Ediciones Huracán.

*Alfredo Torres es gestor cultural y sucedió a Carmín Rivera Izcoa como dueño de la Librería La Tertulia.

Leave a Reply

Discover more from

Subscribe now to keep reading and get access to the full archive.

Continue reading