Cuerpo, incertidumbre, esperanza
Teatro-danza, Hij@s de la Bernarda.
Foto: Ricardo Alcaraz
Cuando, hace poco más de un año, en el verano del 2023, Categoría Cinco comenzó a contemplar la idea de un número especial sobre las relaciones entre danza y política en Puerto Rico, lejos estábamos de imaginar las nuevas catástrofes e incertidumbres que marcan el presente momento de su lanzamiento. En aquel entonces, nos entusiasmó saber que el magnífico archivo que Alma Concepción había acopiado durante décadas, y celosamente cuidado en el espacio privado, finalmente estaría disponible al público gracias a su donación a la Biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton. Ese evento, estimamos, abría todo un acervo que nos permitiría repensar instancias importantes no solo de la historia de la danza en Puerto Rico y sus diásporas durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, sino también asuntos puntuales sobre la historia de la represión contra el movimiento independentista en el país. Alma Concepción, como es sabido, es la hija del fundador del Partido Independentista Puertorriqueño, Gilberto Concepción de Gracia, y su archivo también ofrece pistas en esa dirección. Nuestro interés, sin embargo, era concentrarnos en la danza como práctica cultural y sus apuestas (o falta de ellas) a las ideas de poder y libertad, cualesquiera que estas fueran, como horizontes de existencia colectiva. Este interés se fortaleció con la publicación en el entretanto de proyectos de gran ambición y envergadura tales como el extraordinario libro de Susan Homar y nibia pastrana santiago, Habitar lo imposible: Danza y experimentación en Puerto Rico, y las propias memorias de Alma Concepción, Memorias: danza, cuerpo, voces, entre muchos otros. Categoría Cinco quiso ofrecerse como foro para esa efervescencia, y el resultado de ese ofrecimiento es el número que nuestres lectores tienen ahora ante sus ojos.
… ¿cuál ha sido (y es) el don de la danza a la práctica de la libertad en
Puerto Rico? ¿Cómo producen y/o alteran las estéticas dancísticas, en su
infinita multiplicidad, todo un imaginario sobre el cuerpo y sus potencias?
No obstante, el hiato entre la contemplación de una idea y el momento de su materialización no puede ser, en este caso, menos grave a nivel internacional, aunque no está exento de cierta dosis de esperanza para les puertorriqueñes. Si en los últimos años hemos observado con desasosiego la emergencia de movimientos autocráticos de extrema derecha en muchas de las antiguas democracias liberales del planeta, la reciente elección del expresidente Donald Trump al máximo poder ejecutivo de los Estados Unidos es una profunda fuente de inquietud. Que los estadounidenses hayan decidido elegir para la poltrona presidencial al arquitecto de la intentona golpista de 2021 —cuyo proyecto de gobierno, ostensiblemente oligárquico y violentamente hostil, no solo contra los migrantes, sino también contra todo un espectro de sujetos sociales disociados de un marco identitario patriarcal blanco (mujeres, afrodescendientes, Latines, LGBTQ+, entre muches otres, incluyendo a les pobres)— mal augura para los años por venir. Serán años de luchas como tal vez muches pensamos que no tendríamos que rendir en el mismo grado otra vez jamás. El mundo, al parecer, va consolidando un triángulo nefasto: 1) el capitalismo de estado y de partido único chino; 2) la autocracia oligárquica de Rusia; y 3) la erosión de la promesa de un modelo de democracia liberal pluricultural en los Estados Unidos (con sus limitaciones, sí, pero también con sus márgenes para la radicalización puntual -no maximalista- de la democracia sobre los principios de una ética socialista). Son tres grandes gigantes con botas de siete leguas los que avanzan sobre la humanidad. Tal panorama requiere dormir con los ojos abiertos; apremia no adormecerse por el canto ideológico de las sirenas.
Coreografía de Karen Langevin, Cuero duro (2024).
Foto: Cañals
En Puerto Rico, sin embargo, acabamos de pasar por un proceso político que, de no ser por la sombra de los usos y costumbres sectaristas que han plagado durante décadas al progresismo puertorriqueño (entendido aquí como la creencia filosófica de que las políticas del estado deben estar puestas al servicio de un bien común colectivamente dirimido y no del interés privado), ofrece perspectivas de reinvención prometedoras que no se veían desde hacía casi medio siglo. Los esfuerzos por construir una alianza contra el bipartidismo colonial; el hecho de que se le haya perdido el miedo a votar por un independentista socialdemócrata para el máximo cargo de dirección en el país, logrando que Juan Dalmau llegara en segundo lugar en la contienda por la gobernación; y los grados de movilización juvenil a favor de opciones contestatarias del orden del mundo en el que viven y sufren, deben ser todos motivo para una tenue esperanza. Nada de esto, por supuesto, sobredetermina lo que está por venir. De la sabiduría política para diseñar estrategias eficaces contra los poderes aplastantes que rigen el país, de la generosidad y del cultivo de aquello que los antiguos republicanos romanos llamaban las virtudes cívicas (es decir, los valores que frenaban a nivel individual los narcisismos y la vanidad desmedidas, la petulancia y la voluntad de protagonismo extremos que hacen del todo imposible la forja de un proyecto común y de una patria que no sea tan solo un gesto retórico), depende en gran medida el avance sobre lo que se ha ganado. Porque sin duda se ha ganado. Esta tenue esperanza se dibuja sobre un trasfondo internacional e imperial siniestro, pero a nosotres solo nos corresponde perforar el dominio de esa oscuridad con el haz de nuestros esfuerzos constantes y cotidianos, con nuestra buena voluntad hacia aquelles que, aún en la duda, podrían ser aliados potenciales en esta lucha: aquelles que, insospechadamente, podrían acudir a poner el cuerpo. He ahí la sagacidad política, la onda de David.
Y de poner el cuerpo trata justamente este número, dedicado a una de esas formas artísticas que se constituyen a partir del trabajo con el movimiento y la corporalidad: la danza. Este proyecto está guiado por una pregunta que alguna vez formulara Julio Ramos respecto a la poesía (y que invoca Malena Rodríguez-Castro en su texto para este dossier): ¿cuál ha sido (y es) el don de la danza a la práctica de la libertad en Puerto Rico? ¿Cómo producen y/o alteran las estéticas dancísticas, en su infinita multiplicidad, todo un imaginario sobre el cuerpo y sus potencias? Ante los espectáculos agónicos de los cuerpos para la muerte en Palestina, Sudán y Ucrania, y de los incesantes feminicidios, estas interrogantes no pueden plantearse como una abstracción. Por ello, en este número invitamos a una serie de figuras destacadas del mundo de la danza puertorriqueña contemporánea para que aborden estas preguntas de maneras concretas, partiendo de sus propias prácticas y experiencias en la órbita cultural de la isla y sus diásporas. El formato digital de la revista ha resultado ser una gran ventaja para esta indagación, en tanto nos ha permitido incluir videos de muchas de las obras recientes de estos artistas, así como un rico cúmulo de documentación gráfica. El número en su totalidad, de hecho, ha querido ofrecerse como un archivo de esta contemporaneidad dancística y también de sus vínculos con una memoria histórica. En este caso, destacamos muy particularmente la memoria que se activa en el diálogo con la compleja trayectoria artística de Alma Concepción, que abarca prácticamente toda la segunda mitad del siglo XX hasta el presente, desde la fundación de Ballets de San Juan en 1954, pasando por la revolución escénica que supuso la creación del Taller de Histriones en la década de los setenta, hasta la forja de significativos proyectos de danza comunitaria en la diáspora. El objetivo aquí era el de perseguir algunos de sus arcos y espirales.
Entre los asuntos que bailan en este número se encuentran las dimensiones de género y raza que han moldeado las dinámicas corporales en un país marcado por la herencia de la esclavitud y atravesado por las violencias de una heteronormatividad patriarcal y colonial; las conexiones de la danza con las instituciones culturales de la isla en momentos históricos clave—incluyendo sus alianzas, exclusiones, tensiones, confrontaciones o indiferencias; la diversidad de géneros y lenguajes que han dado lugar a distintas formas de imaginar el vínculo entre cuerpo y movimiento, con todas sus potencialidades; y el carácter de sus posicionamientos políticos, ya sea a través de declaraciones explícitas o de tenues gestualidades. ¿De qué modo ha sido y es la danza en Puerto Rico una actualización viva, presente, de una libertad por venir, o bien el diagrama de sus limitaciones? Danza y política en Puerto Rico es apenas una invitación a esa reflexión.
Teresa Hernández como Erizada.
Foto: José, “Pepe”, Álvarez
