Delirios

Agnes Lugo-Ortiz

… siniestro delirio amar una sombra

A. Pizarnik

Delirio: Dícese comúnmente de la acción de desbarrar o desvariar; desatino, desacierto, despropósito; transformación vasta de la conciencia en la que el sujeto afirma juicios falseados con certeza incomparable (K. Jaspers) haciendo gala de una absoluta falta de crítica (J. Seglás). Lejos de ser una irracionalidad, es el producto de un imperio ilimitado de la razón que con afán totalizador pretende, fantásticamente, abarcar la realidad toda en un solo acto de conocimiento, desvaneciendo sus límites (O. Dörr). Desconectado de la experiencia concreta, se prescinde de las relaciones que estructuran los hechos contingentes del mundo real, sustituyéndolas por espejismos que impiden actuar efectivamente sobre las circunstancias y, a la vez, dejarse modificar por ellas. (M. Letelier, C. Ojeda, P. Olivos).

Del latín delirare—metáfora agrícola que significaba “apartarse del surco” (Diccionario Corominas) o no arar derecho—, en su sentido originario, más que a una idealización telúrica, el delirio apuntaba a una actuación que, por descalabrada, se apartaba de lo necesario para el bien colectivo: un mal arar. Es, entonces, el delirio aquello que en su desdibujar los contornos de lo real y existente nos arroja a la pobreza y al desamparo—a la catástrofe—, difuminando el suelo sobre el que aramos/erramos, convirtiéndonos en presas del aire, hechos ceguera vulnerable. Es una afición siniestra a la sombra. Ante el delirio, procurar, pues, una desarticulación de la racionalidad ilimitada y destructiva, la misma que rige el ensamblaje de las atrocidades cotidianas que se nos han ofrecido como sentido común y destino.