SALA III
MARÍA CIVICO
María Cívico: modista de conciencias
Acrílico sobre fieltro
2023
El rescate del noble y modesto oficio de modista ejercido por mi madre me llevó
al personaje de María Civico, que aunque nació esclavizada en Cabo Rojo en 1860,
levantó con sus hábiles manos una familia de profesionales […]
Antonio Martorell
María Civico: modista de conciencias
Agnes Lugo-Ortiz
Nació bajo la esclavitud en 1860 en el pueblo de Cabo Rojo, apenas 13 años antes de la supresión legal del régimen en la isla. Moriría en 1928, a los 68 años, habiendo participado del modo más profundo de los reordenamientos en las vidas de les puertorriqueñes libertes y afrodescendientes durante el periodo de la post abolición y reconocida por sus excepcionales dotes en el mundo de la haute couture local. ¿Pero qué en realidad sabemos de María Civico? Ha sido gracias a las investigaciones recientes de Luis A. Ramírez Padilla y Margarita A. Ascencio que apenas comenzamos a intuir algunos de los contornos de su vida; silueta hecha aquí una imagen plena de enigmas por la mano virtuosa de Antonio Martorell.
Hija de Patricia —esclavizada lavandera y doméstica al servicio de una familia de ricos comerciantes terratenientes y del juez de paz del pueblo—, sabemos que María vivió sus primeros años en la Calle Conde de Mirasol de Cabo Rojo, a varias puertas de la casa natal del patriota abolicionista Ramón Emeterio Betances, de quien, es legítimo conjeturar, tendría noticia. ¿La tendría él de ella?
Según es sabido, como parte de su gestión abolicionista, Betances —junto a su colaborador y amigo Segundo Ruiz Belvis— no pocas veces compró la libertad de infantes esclavizados al pie de la pila bautismal de Nuestra Señora de la Candelaria (actual catedral de Mayagüez). ¿Habría hecho Betances lo mismo alguna vez en la iglesia cercana al hogar de sus padres en la Calle Conde de Mirasol? Y de haber sido así, ¿advertiría María a su tierna edad la radicalidad de aquel gesto? ¿Escucharía inocente los comentarios extrañados de los otros esclavizados ante tal extravagancia? ¿O las discusiones acaloradas de clientes (desconcertados, censores o aprobatorios) en torno al mostrador del almacén que quedaba frente la casa de María y en el que, años atrás, trabajara Salvador Brau?
Todos los factores sociales en fricción en el Puerto Rico de aquella época parecieron concertarse en torno a las pocas cuadras de la Calle Conde de Mirasol (hoy Betances) mientras María se iniciaba simultáneamente en el reconocimiento gradual de su condición de esclavizada y en la desnaturalización de esa condición como destino social. A su alrededor estuvieron las ricas familias terratenientes, comerciantes y esclavistas de la comarca, ya de vieja alcurnia (Ramírez de Arellano) o de reciente migración (Marini, Cabassa, Tassara); el liberalismo reformista, revolucionario y abolicionista junto a lo más poderoso de sus expresiones letradas; y el mundo de los esclavizados urbanos, con sus invisibilizadas redes rurales. Es este el primer tramado del cual emerge María Civico.
Una vez declarada la abolición en 1873, María y su familia siguieron al servicio de sus antiguos dueños por tres años más, según lo exigía la ley. Sin embargo, ya conseguida la final emancipación no solo abandonaron la casa de aquellos amos, sino que se negaron a tomar su apellido en un acto enfático de repudio simbólico, de ruptura literal con el nombre que les había sido dado por la subyugación. Tanto debió haber sido el maltrato… y tanto el sufrimiento.
Poca constancia ha quedado de cómo fueron los primeros azares con la libertad o, mejor dicho, de cómo comenzaron a fabricar una vida de libertad y a reinventar sus sentidos. Lo que sí se sabe es que, en 1891, María Civico se casaría con el ebanista y futuro líder de los gremios de artesanos de la costa oeste del país y organizador de la Federación Libre de Trabajadores, Luis Soler. Se radicaron en la Calle Salud de Mayagüez, en el que al parecer era uno de “los mejores” barrios de la entonces vibrante ciudad. En el mismo hogar (del que Soler ya era propietario) establecieron sus talleres de trabajo: Luis, su ebanistería y María, un taller de costura, que con el tiempo se convertiría en escuela para niñas y mujeres. El tránsito de esclavizada a liberta a artesana obrera y pequeña empresaria ya estaba consumado.
Tres vectores resaltan de los apuntes que Ramírez y Asencio han logrado reunir en su importante boceto preliminar sobre la vida de María Civico: el primero tiene que ver con las modalidades de las redes de parentesco en la coyuntura post abolición; el segundo, con la participación de los libertos y afrodescendientes en el despegue del movimiento obrero puertorriqueño; y el tercero con la práctica de la costura y, en especial, de la alta costura, como trabajo y arte, sí, pero también como estructura de sociabilidad y vía de respetabilidad de los sectores medios “de color” (para decirlo a la usanza de la época).
María y Luis formaron una familia numerosa sin hijos biológicos—una verdadera familia extendida compuesta por diversas generaciones, pero, sobre todo, por los niños que quedaron huérfanos tras la muerte de parientes. Fueron nueve en total. Se cuenta que a cuatro de ellos María los encontró mendigando, descalzos y sucios, por la Plaza de Recreo de Ponce, y que a sombrillazos los rescató del abandono. No pocos de ellos engrosaron las filas del movimiento obrero organizado (los hermanos Escabí Monsanto) o se convirtieron en artesanos y maestros de escuela. La maternidad afectiva y cívica de Marí Civico pasaba por otros canales diversos a la lógica de la familia nuclear, con sus fetichismos biológicos, e iba atada a la consolidación, desde lo íntimo, de un nuevo mundo social.
De humilde costurera y maestra de costura, andando el tiempo María se convertiría en una de las modistas más respetadas de Mayagüez. Su reputación parece haber sido tal, que en 1910 viajó a París (capital internacional de la moda) con la familia del comerciante en telas y lancería de la ciudad, Miguel Esteve y Blanes. Inserta en el mundo de la alta costura, su radio de sociabilidad se extendió hacia nuevas instituciones, entre ellas la Comisión de Damas del Casino del Oeste, de la que fuera cofundadora y miembro activa.
María Cívico: modista de conciencias
Acrílico sobre fieltro
2023
En el Casino organizó veladas, reinados, diseñó vestuarios y desplegó todo un espectro de creatividad en los ornamentos que engalanaron sus diversas actividades. Artista de lo efímero, la que otrora fuera lavandera de su ama devino agente clave para la gestación de nuevos espacios en los que aquellos que habían sido marcados para la denigración social —los antiguamente esclavizados y sus descendientes— pudieran exhibir los signos de su ascenso social, de su derecho a la dignidad y al respeto, así fuera con los lenguajes de sus antagonistas.
María Civico
US Passport Applications, 1918
De las borraduras penumbrosas de la Historia casi nos la devuelve Antonio Martorell en este retrato póstumo. La obra se basa en la única fotografía que, al parecer, se conserva de ella: una foto de pasaporte tomada en 1918 cuando María Civico se aprestaba para viajar a Santo Domingo. Su imagen nos confronta: el rostro fijo en la cámara, según lo requieren las convenciones del género, la seriedad del gesto ante las demandas de documentación del estado y de la nueva ciudadanía colonial recientemente impuesta. Sus lentes denuncian el oficio de costurera, el cansancio de una mirada aún notablemente alerta, el hilo tantas veces ensartado en la aguja.
Martorell ha trastocado los elementos del vestido de la fotografía original. Aquí los finísimos encajes de la camisa blanca que se ven en la foto—¿clásicos y nobles de Leaver o de Guipur? ¿o acaso tejidos? —han abandonado la prenda y se han transformado en barrotes que la encajan y sujetan con delicada transparencia. Ahí se levanta una frontera entre ella y quienes la miramos. Si bien en la esquina superior izquierda, el único elemento colorido de la imagen —un retazo de tela floreada marcado con bellísima caligrafía— nos da la certeza de su nombre, todo en la imagen es un juego de luz y de sombras, de proximidad y distanciamiento. Simultáneamente protegida y aprisionada por los encajes que alguna vez salieran de su mano, la María de Martorell se nos presencia contundente en su inaprensibilidad. O para recordar las palabras con las que la evocaría una de sus descendientes: como la persona “de quien se hablaba mucho pero no se conocía mucho […]” siendo a su vez “un pilar fuerte”. María Civico: modista de conciencias nos las devuelve luminosa en su sombra.
*Nota bibliográfica: Los datos presentados en ese escrito derivan de las investigaciones de Luis A. Ramírez Padilla y Margarita A. Ascencio en su texto María Civico: modista de conciencias, publicado bajo los auspicios de Comité Pro-Edificio María Civico (Cabo Rojo, Puerto Rico, 2023) en el 150 Aniversario de la Abolición de la Esclavitud.

El segundo cuadro de Martorell corresponde a “Los hijos de María” y representa a Paca Escabí Monsanto (figura a la izquierda) con María (derecha), y los tres hijos de Paca: José, Carmen y Abraham Peña Escabí.