La estadidad acorralada o ¿de qué se cansaron quienes se cansaron del estatus?
Francisco Foruño-Bernier
Cuando se debate el problema del estatus, quien apoya la independencia tiende a saber de que lado está, la firmeza del terreno parece asegurada. Y, sin embargo, si se da a la tarea de pensar y estudiar no el problema colonial en su carácter social o estructural, sino la forma en que se habla y discute del estatus en la política puertorriqueña rápidamente queda claro que el terreno no es tan seguro como parecería. Esto se debe en parte a que en las reflexiones sobre el estatus hechas desde el independentismo se ha obviado consistentemente el movimiento que define, desde hace décadas, la política puertorriqueña: la estadidad. Cuando esta es mencionada es para condenarla, no para estudiar el discurso que se construye en torno a ella.
A la vez, la emergencia de partidos que pretenden ubicarse al margen del discurso sobre el estatus, negándose a asumir una posición comprometida con una solución al problema colonial en particular, constituye un reto paralelo. Esa política, aparentemente nueva, definida en torno a una consigna anti-estatus es igualmente difícil de conceptualizar, pero su popularidad es innegable. ¿Cómo darle sentido a esta situación?
En lo que sigue, propongo un atisbo: a partir del reconocimiento de la estadidad como posición discursiva central del campo político puertorriqueño, se pueden afirmar dos proposiciones. En primer lugar, que el discurso anti-estatus de los partidos nuevos no es externo a la lógica estructurante de nuestra política, el llamado “bipartidismo”. En segundo lugar, que, al menos por ahora, el dominio e iniciativa del Partido Nuevo Progresista (PNP) en la cuestión de estatus es tal que el rechazo a la “ideología de estatus” puede ser interpretado también como un rechazo, aunque sea parcialmente, a la estadidad en sí, en tanto elemento central y estructurante del discurso de estatus.
El PNP ha sido la fuerza dominante en la política puertorriqueña desde mediados de los años noventa. Desde entonces, el PNP sienta la pauta del proceso político. A pesar de que el neoliberalismo lo precede, su dominio ha coincidido también con el periodo de auge de esta ideología y práctica económicas: ya sea en la transformación privatizadora del Estado colonial o en la respuesta de austeridad a la crisis capitalista que Puerto Rico viene atravesando por las últimas dos décadas, ha sido el PNP quien ha llevado la voz cantante. En materia económica, el Partido Popular Democrático (PPD) le sigue la corriente como puede.
En términos de apoyo, incluso luego de la caída en votos experimentada por los partidos tradicionales en las elecciones de 2016, en las que estos dos vieron sus votos conjuntos a la gobernación reducidos en un 28% frente a las de 2012, el PNP se mantiene como primera fuerza. Diversas encuestas recientes confirman que aún luego de la crisis de la renuncia de Ricardo Rosselló, el PNP se sostiene. En la encuesta de septiembre de 2020 de El Nuevo Día, el partido mantenía un apoyo del 37% de los encuestados, un resultado similar al obtenido por este en las encuestas de ese periódico durante el último cuatrienio y virtualmente igual al porciento que obtuvo el voto bajo su insignia en 2016 (38% de los votos emitidos, frente a un 34% del PPD).1 Por lo tanto, las encuestas sugieren que a nivel de los partidos, la situación de desgaste colectivo puesta en evidencia en las elecciones de 2016 se sostiene, pero dentro de ese declive el PNP aun sobrelleva la debacle.
No solo ha logrado el PNP ser el partido dominante en las últimas tres décadas. Desde 1993, la última vez que el Estado Libre Asociado (ELA) ganó un plebiscito, el partido que ha puesto el issue del estatus en debate constantemente ha sido el PNP, organizando consultas cada vez que puede y le conviene para movilizar a su base. Por lo tanto, dado que el PNP es relativamente dominante en el sistema político y ha sido este el que lleva la iniciativa cuando se habla de estatus, poniendo la estadidad al centro del debate, la antipatía hacia el tema del estatus en sí tiene como uno de sus aspectos centrales el rechazo de la estadidad. Este es el punto crucial para entender por qué sería posible interpretar ese discurso que pone en un segundo plano la adopción de una solución al problema de estatus como uno de rechazo a la estadidad.
Cuando preguntamos de qué se cansaron quienes se cansaron del issue del estatus, tenemos que afirmar que se cansaron sobre todo de que el PNP les endilgara por ojo, boca y nariz su anexionismo.
Así, la consulta de este próximo noviembre, “estadidad sí o no”, es la conclusión lógica de un sistema político cuyo discurso sobre el estatus gira en torno a la estadidad y donde el resto de las posiciones políticas se definen a partir de su relación con esta opción en tanto término central. Para explicar qué quiero decir por centralidad de la estadidad en el discurso político puertorriqueño, sería conveniente exponer una serie de esquemas comunes con los que se intenta dar sentido al problema.
El primero de estos es la transposición del esquema ideológico izquierda-derecha en uno de “ideología de estatus”. En este se sustituyen las categorías tradicionales del eje de las ideologías políticas por las posiciones frente al estatus. Así, la izquierda viene a querer decir independentismo, el centro, estadolibrismo, y la derecha, la estadidad. No soy el primero en señalar este calco pues es relativamente común observar, por ejemplo, que no todo el independentismo es de izquierda o que entre los estadistas hay diferencias entre demócratas y republicanos. Sin embargo, a pesar de ser un esquema relativamente fácil de desmontar, el mismo opera hasta cierto punto en el sentido común político dominante. Tan simple como inútil, este esquema no sirve realmente para dar cuenta ni de los conflictos políticos sustantivos de la política partidista en Puerto Rico, ni de las posiciones ante el asunto del estatus en sí.
Este anti-bipartidismo es un intento de incidir en la política con discursos distintos, pero estos suelen reducirse a la sustitución de la definición de estatus por una propuesta tecnocrática (“el problema es la mala administración, hace falta mejores políticos, expertos”), cuando no meramente personalista. En efecto lo que estos partidos dicen es que hace falta o un gobierno de los expertos o un gobierno del líder carismático. Los programas pueden ser secundarios: los problemas son una cuestión meramente técnica y se parte de la fe de que es posible encontrar a estos una solución satisfactoria si hay la voluntad u honestidad.
El segundo esquema que quisiera evaluar es el del bipartidismo, una palabra que se pone de moda con el surgimiento de partidos que intentan definirse primordialmente como opciones al margen de los partidos tradicionales: se trata de partidos como Puertorriqueños Por Puerto Rico, el Partido del Pueblo Trabajador o el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC) que se presenta a los comicios este noviembre. Los bipartidismos, como sistemas de partidos donde solo dos opciones compiten en relativa alternancia periódica, no conllevan grandes diferencias ideológicas de fondo. Los dos partidos suelen tener diferencias mínimas en lo programático, que se magnifican espectacularmente en las campañas. Cada día se va haciendo más común escuchar un ataque al bipartidismo reinante. Se reclama así que desde los años setenta existe en Puerto Rico un sistema bipartidista, una retranca que obstaculiza todo cambio positivo, aunque no se defina lo que ese cambio significa.
Este anti-bipartidismo es un intento de incidir en la política con discursos distintos, pero estos suelen reducirse a la sustitución de la definición de estatus por una propuesta tecnocrática (“el problema es la mala administración, hace falta mejores políticos, expertos”), cuando no meramente personalista. En efecto lo que estos partidos dicen es que hace falta o un gobierno de los expertos o un gobierno del líder carismático. Los programas pueden ser secundarios: los problemas son una cuestión meramente técnica y se parte de la fe de que es posible encontrar a estos una solución satisfactoria si hay la voluntad u honestidad. La figura que encabeza cada proyecto anti-bipartidista reviste mayor importancia que sus propuestas. Así, se recuerda más a Rogelio Figueroa que a su partido. Y en el caso del MVC, construido en torno a dos figuras centrales, Manuel Natal y Alxandra Lúgaro, la preeminencia de estas precede al partido. En otras palabras, este partido se construye a partir de un grupo selecto de celebridades políticas preestablecidas que se juntan para intentar romper con un esquema político: no para destruir el bipartidismo en sí sino para sustituir efectivamente una de las dos opciones del bipartidismo reinante.
Históricamente, desde el bipartidismo, el discurso de estatus ha aparecido como una opción simple: estadolibrismo o estadidad. Y quizá entre finales de los sesenta, cuando se consolidaba la estadidad como movimiento de masas, hasta mediados de la década de los noventa esta fuera una descripción correcta. Pero en estos momentos no lo es, al menos desde que la indefinición de estatus suplantó el apoyo explícito al ELA. Como dije antes, en 1993 fue la última vez que el ELA ganó contra la estadidad. A partir del plebiscito organizado por Pedro Rosselló en 1998, en el que la victoria se la llevó la opción que no era una opción (la quinta columna, “Ninguna de las anteriores”, gana con una mayoría de 50.3% contra un 46.5% de la estadidad), emerge claramente como alternativa a la estadidad un discurso anti-estatus. Se lo puede analizar como una nueva versión del lema muñocista “el estatus no está en issue,” o sea, como una artimaña popular. Pero también se puede ver que si el PPD hubiese sido capaz de darle dirección efectiva al rechazo a la estadidad desde finales de los noventa, no hubiera habido razón alguna para no hacerlo en nombre de su proyecto, el ELA.
De esta manera podemos afirmar que el discurso anti-estatus nunca ha sido externo al bipartidismo PNP-PPD, como tampoco lo fue al unipartidismo del PPD. Existe en su interior.
Aquí podemos avanzar un poco. Si la cuestión de estatus ya no se estructura como una opción entre ELA o estadidad, ¿qué oposición la define? He aquí la razón por la que afirmo que la estadidad se encuentra hoy al centro del discurso sobre el estatus: porque la opción forzada es, como en el próximo plebiscito, estadidad o nada. Este ha sido el efecto de dos décadas y media de dominio del PNP, conjugado con la consolidación de un discurso que intenta hacer de la indefinición de estatus una virtud.
Así llegamos al tercer esquema discursivo que propongo analizar. Este pone la estadidad al centro, no en un sentido ideológico de moderación, sino como término alrededor del cual los demás adquieren sentido.2 En cierta medida, esto implica que todas las opciones que no sean pro-estadidad, incluida la anti-estatus, le tienen que disputar su posición privilegiada. El candidato a la gobernación por el PNP, Pedro Pierluisi, ha entendido esto en su campaña y por eso se ha dedicado a pintar a todos sus adversarios, sin excepción, como los enemigos de la estadidad. Esta operación ha llegado a tal punto que a Charlie Delgado, candidato del PPD, le han dado el apodo inverosímil de “el separatista de Isabela”. En cierto sentido, lo que hace el PNP refleja su entendimiento de la realidad discursiva en la que operan. El problema que tiene ese partido es que esto implica que mientras más logra identificar el proyecto de la estadidad con su partido—y hay poco para indicar que a pesar de la crisis penepé, los estadistas fuera de este constituyan una fuerza importante—más daño le hace como proyecto político. Esto implica que el voto por el No en el próximo plebiscito tendrá un doble significado: un rechazo al PNP en sí y un rechazo a la estadidad como proyecto de ese partido.
Por ahora, ambos, partido y proyecto estadista, vivirán y morirán juntos. Su triunfo discursivo, su logro a la hora de constituir la centralidad de la estadidad, no logró su objetivo. En sus mejores momentos los estadistas no han capitalizado sobre su posición dominante precisamente porque su horizonte no es la integración Estados Unidos, sino un pequeño cerco de poder circunscrito a Puerto Rico.3
Sumido en una crisis profunda, el proyecto estadista arriba al mismo lugar que el estadolibrista: una esquina donde dejarse acorralar por la historia.
Notas
- El resultado de la encuesta más reciente de El Nuevo Día, incluyendo algunos datos históricos, se puede consultar aquí: https://www.elnuevodia.com/noticias/politica/notas/mira-el-cuestionario-completo-de-la-encuesta-de-el-nuevo-dia/ . Los resultados de las elecciones de 2016 aparecen en el Informe Estadístico de la Comisión Estatal de Elecciones: https://ww2.ceepur.org/sites/ComisionEE/es-pr/Documents/Informe%20Estadistico%20EG2016%20-%20Parte1.pdf . En esas elecciones el PNP recibió 602,001 votos bajo su insignia, mientras que el PPD recibió 535,358. El total de votos emitidos fue de 1,590,389.
- “Ocupar la centralidad del tablero y establecer los términos del debate de país con un relato ineludible para el resto de actores, que se ven obligados a posicionarse al respecto, es la aspiración de cualquier opción política que pretenda ganar las elecciones. Sin embargo, esa centralidad no tiene por qué coincidir con lo que en el pasado se llamó «centro ideológico».” Pablo Iglesias, Una nueva transición (Akal, 2015), p. 54
- Ante la caída de Ricardo Rosselló, escribí un análisis del horizonte eminentemente puertorriqueño de su discurso de renuncia. Ver “La hora undécima de Ricardo Rosselló” en el Número Impromptu del Puerto Rico Review, disponible aquí: https://static1.squarespace.com/static/57d430bcd482e9b1b359dc60/t/5d3c9deec9279c00012770a5/1564253678471/Francisco_Fortuño_CPD_EDITED.pdf