Pedro examina el celular, yo con la cucharita moví el café buscando respiro. No sé por qué vuelvo a encontrarme con él. Hace días recibí su llamada, casi me niego, bastante tengo con la universidad para hablar con este desquiciado. Acepté. La Tertulia es única, aunque mejor el Hipopótamo—vino, cerveza, el café pone los nervios de punta. En su paranoia menciona la huelga del 81, la Fuerza de Choque, las reuniones nocturnas del Comité Contra el Alza en Matrícula en la UTIER y al amanecer detener las clases. Todo parecía opaca representación de La Ilíada, batallas, combates singulares, arenga al ejército, la intervención divina, la administración universitaria, el tribunal, Romero Barceló nos acusa de comunistas, aunque aún no se dilucidaban los asesinatos del Cerro Maravilla, profesores embajadores median para lograr acuerdos. Al final la asamblea del 25 de noviembre, el motín policial punto culminante y fulminante de la gesta, el desparrame de las huestes estudiantiles, pérdida del año para algunos, expulsión para otros. El aparato represivo, la campaña de El Nuevo Día, la criminalización de estudiantes, grupos comunitarios y los arrestos en Villa Sin Miedo, Wilo se salvó al quedarse dormido, debilitaron el movimiento. Diez años después las carpetas develaron sutilezas, descubrir que el amigo, familiar fue confidente de la policía deja huellas profundas.
Llegamos a la verja de la Universidad, los estudiantes clausuraron los portones de Facundo Bueso, de la Torre y del museo. Pedro con su celular tira fotos. Árboles, palmas y la morisca Torre suscitan nostalgia. Era mi ruta diaria, al amanecer clases con Tollinchi, al ocaso el retorno tras la tanda con Ani, Carmen Lugo, Arcadio, Magdalena Ferdinandy. Era y es espacio vital, la camaradería de amigos de Comparada y de la biblioteca, la oferta cultural: Borges, Carlos Fuentes, Alicia Alonso, Irakere, Batacumbele, Silvio, Amauri, Roy Brown, cine, las locuras de Francis Schwartz y fiesta al final de semestre, Agnes interpreta boleros corta venas.
No olvida las imágenes de la brutalidad policiaca, la panorámica de la asamblea frente a la Torre, la invocación de Eliezer, Eva y el desastre, Roberto Alejandro silenciado, macanazos, gases lacrimógenos, el guardia universitario apunta con su revolver a la multitud, la cafetería del callejón desalojada, el arrojo estudiantil, como ese enmascarado Blue Demon, el escape de profesores, empleados, la huida por la Ponce de León, el auxilio de carros públicos, el recinto desierto, salvo una muchacha sentada en los pasillos del Teatro, indiferente al paso de los agentes.
Pedro recordaba, aficionado a la fotografía lamenta que en aquel tiempo no poseía una cámara. Considera las fotos que nunca tomó de las tertulias en la Placita, del grupo teatral Tablazos compuesto por Tito, Alberty, Sofía, René, Rosabel, Misael, de la excelente actuación de Teo en Círculo de tiza caucasiano y de Cordelia en Don Gil de las calzas verdes, del grupo de Tere Marichal, Leilani, Cástula, Santini, Gil, de la obra inicial de Martín García y Rafi Trelles. No fotografió la Torre, el Paseo de Diego ni la plaza del mercado antes de la explosión de Humberto Vidal. No olvida las imágenes de la brutalidad policiaca, la panorámica de la asamblea frente a la Torre, la invocación de Eliezer, Eva y el desastre, Roberto Alejandro silenciado, macanazos, gases lacrimógenos, el guardia universitario apunta con su revolver a la multitud, la cafetería del callejón desalojada, el arrojo estudiantil, como ese enmascarado Blue Demon, el escape de profesores, empleados, la huida por la Ponce de León, el auxilio de carros públicos, el recinto desierto, salvo una muchacha sentada en los pasillos del Teatro, indiferente al paso de los agentes. Con ojos pretéritos Pedro organiza lo visto. El lente de una nunca poseída Canon fija su visión, fotografía, aunque sin la materialidad del papel, lo que vivió, media su presente con cada foto que imaginó. Ahora en el portón del museo, la risa estudiantil afina su celular, al fotografiar a los huelguistas ve rostros conocidos, hijos, nietos de viejos amigos, instante atemporal en que por fin tira las fotos que nunca antes tomó.