Recuerdos de Carmen Rivera Izcoa

Félix Córdova Iturregui

Félix Córdova Iturregui
Acto de Conmemoración de Carmen Rivera Izcoa, 15 de octubre de 2023
Foto suministrada por Yvette Torres Rivera

Carmín siempre vio a Ediciones Huracán como una empresa de la cultura puertorriqueña. Nunca estuvo dispuesta a negociar sus principios con el objetivo de conseguir algún acomodo económico.

Mi primer recuerdo de Carmín fue como propietaria de la librería La Tertulia hacia fines de la década del sesenta del siglo pasado. En ese primer contacto, mi conocimiento de ella fue muy limitado. Poco más tarde, al comenzar la década del setenta, tuvimos una relación más cercana. Era la madre de Yvette Torres Rivera, primero novia y luego esposa de mi buen amigo Sebastián Cabrer Montalvo. En agosto de 1971, comencé a trabajar como profesor en el Colegio Universitario de Cayey (CUC) en el Departamento de Estudios Hispánicos. Al año siguiente, Sebastián se incorporó a la facultad del CUC en el mismo departamento. Debido a nuestra estrecha amistad, mi relación con Carmín se desarrolló en un ambiente más familiar. 

Como resultado de la huelga estudiantil comenzada en octubre de 1973, al finalizar el año académico, varias decenas de profesoras y profesores del CUC recibimos una escueta carta donde se nos informaba que nuestros contratos probatorios no serían renovados. Un grupo sustancial del personal docente despedido entabló una demanda contra la Universidad de Puerto Rico en la corte federal. Entre los cesanteados estaban Neftalí García, profesor de química que se había convertido en uno de los principales opositores a la explotación minera, Mario Rodríguez Valledor, director del Departamento de Humanidades, Angelina Morales, profesora de economía, Sebastián Cabrer, director del Departamento de Español y yo. Nuestro despido coincidió con la primera recesión sincronizada de la posguerra a nivel internacional (1974-75) y con el comienzo del colapso del proyecto petroleoquímico a nivel local. Fue una crisis económica y política de gran envergadura, instalada en el interior de Operación Manos a la Obra, debido a que el proyecto petroleoquímico era la criatura dorada de la Administración de Fomento Económico. Después de un año de litigio en la corte federal, los profesores y profesoras del CUC recibimos un fallo adverso.

Carmen Rivera Izcoa
Foto suministrada por Yvette Torres Rivera

En medio de nuestra precaria situación, Carmín nos invitó a su casa a discutir un proyecto ideado por ella. En la reunión estuvieron Yvette y Sebastián, Angelina Morales y yo. Carmín nos propuso fundar una editorial. Para mí la propuesta fue una sorpresa. Estaba desempleado en aquel momento y ninguno de nosotros contaba con dinero para hacer una inversión. En mi interior surgió una pregunta que nunca he podido olvidar. ¿Quién es esta mujer que le propone a un grupo de personas en plena crisis económica fundar una nueva empresa? Había algo realmente quijotesco en la propuesta, pero al mismo tiempo fascinante. Después de algunas buenas discusiones, el nombre recibido por la nueva editorial fue Ediciones Huracán. No recuerdo de quién fue la sugerencia, pero con seguridad influyó el hecho de que la isla no había sido afectada durante largo tiempo por un fenómeno atmosférico de este tipo.  Aquellos años fueron de mucho aliento utópico y los sueños se podían tocar.

Hay un acontecimiento que debo recordar porque de una forma u otra debió influir en la propuesta de Carmín. Sebastián Cabrer, como director del Departamento de Español, para el año académico 1973-74, logró que José Luis González viniera a Cayey como profesor invitado. El conocido escritor llevaba varias décadas sin entrar a Puerto Rico porque las autoridades federales se lo impedían.  La exitosa invitación lo llevó a hospedarse en la casa de Carmín. Durante ese año, Carmín y José Luis desarrollaron una gran amistad que se proyectaría sobre Ediciones Huracán. No fue una casualidad que el primer libro de la emergente editorial fuese Conversación con José Luis González, de Arcadio Díaz Quiñones, publicado en 1976. En 2026 se cumplirán cincuenta años de esa primera publicación. Por la audacia de sus planteamientos y su carácter polémico, el libro tuvo un gran impacto en el ambiente cultural y político puertorriqueño. Puede decirse que Ediciones Huracán comenzó con un notable éxito editorial. 

Preparar, cuidar la edición de un libro, era producir un bien cultural. Eso era lo que le provocaba intensa alegría.

Otros dos libros importantes publicados por Ediciones Huracán ese mismo año (1976) fueron Registro de jornaleros. Utuado P. R. (1849-50), de Fernando Picó, y Hostos el sembrador, de Juan Bosch. Estas tres publicaciones me dijeron mucho sobre el carácter de Carmín. Me pareció que Registro de jornaleros y Hostos el sembrador fueron libros importantes desde el punto de vista cultural, pero no desde el punto de vista comercial. Sin embargo, con la publicación del libro de Fernando Picó, Carmín estableció una relación duradera y consistente con uno de los autores que más apoyaron la editorial a lo largo de su historia. La solidaridad de Picó, a diferencia de otros autores, se dejó sentir en los momentos de mayor dificultad económica de la editorial.

Desde la publicación de los primeros libros de Ediciones Huracán, mi comprensión de Carmín se profundizó. Muy temprano me di cuenta de un aspecto central de su carácter. Si Ediciones Huracán nunca se alejó de una cercana frontera con la precariedad económica, no fue por la incapacidad empresarial de Carmín. Fue porque su criterio dominante, el norte de la editorial, siempre estuvo dirigido hacia la importancia del aspecto cultural de la editorial. El factor comercial no se podía eliminar, porque era imprescindible para hacer posible las ediciones. Pero estaba siempre subordinado a la aportación cultural. Carmín siempre vio a Ediciones Huracán como una empresa de la cultura puertorriqueña. Nunca estuvo dispuesta a negociar sus principios con el objetivo de conseguir algún acomodo económico. Tuve una amistad de más de cincuenta años con ella y puedo decir que si nunca hubo entre nosotros ninguna ruptura, ninguna lejanía temporal, ningún disgusto, fue porque siempre vi en ella una persona entregada al quehacer cultural y no al beneficio personal.  

Félix Córdova con Carmen Rivera Izcoa
Foto suministrada por Yvette Torres Rivera

Preparar, cuidar la edición de un libro, era producir un bien cultural. Eso era lo que le provocaba intensa alegría. La calidad del trabajo intelectual y creativo del autor tenía su mayor respeto. Por eso buscaba proyectarlo en el libro editado con máximo cuidado, perfección y belleza. Ahora bien, esa cualidad de Carmín tuvo a Ediciones Huracán, durante la mayor parte de sus años de vida, en una situación económica difícil. La consistente tendencia de Carmín de subordinar lo económico a sus objetivos culturales podía dar la impresión de deficiencia como empresaria. No creo, sin embargo, que fuera así. Su vocación por dejar una obra cultural, de proyectar a Puerto Rico internacionalmente, se impuso sobre otros criterios. Yo veía una belleza extraordinaria en su personalidad. Pienso que mi percepción de Carmín en los términos que la describo me llevó a una apertura especial que consolidó nuestra profunda amistad. 

Resumo su vida con un enunciado sencillo como expresión de su ejemplar empeño: Carmen Rivera Izcoa se empobreció económicamente haciéndonos a nosotros más ricos culturalmente. 

La historia de Ediciones Huracán, como editorial con cierta estabilidad, tuvo tres etapas, por lo menos. La primera tuvo que ver con los primeros pasos de la nueva editorial, con una duración de dos a tres años. Durante la segunda etapa, ya estabilizada la editorial en su propio local, Carmín integró a su grupo de trabajo a Fernando Rodríguez, exsacerdote de la orden Trinitaria. Fernando era un hombre de extraordinaria sensibilidad, de hondura reflexiva y de una honradez incuestionable. Mi amistad entrañable con Fernando fue anterior a su ingreso en la editorial. Cuando me enteré de su vínculo con Ediciones Huracán, ya entrada la década del ochenta, sentí una alegría inmensa. Fueron años de gran productividad y de conversaciones inolvidables. Ediciones Huracán se había orientado principalmente hacia las ciencias sociales y había alcanzado un prestigio notable en la Universidad de Puerto Rico. Tuvo años de relativa estabilidad y cuando la situación económica se tornaba difícil, el sentido del humor de Fernando y Carmín ayudaba a capear la tempestad. La relación de Fernando con la editorial duró hasta su retiro, a finales del siglo, si la memoria no me falla. No se redujo a una relación de trabajo. Hubo entre ellos una amistad que se tradujo en una buena bohemia y sabrosas comidas en reuniones ajenas al trabajo editorial. 

Bernardo López
Foto de Alina Luciano

Una vez Fernando se retiró comenzó una tercera etapa con la incorporación de Bernardo López en la entrada del nuevo milenio. Fernando y Bernardo tenían personalidades muy diferentes.  Sin embargo, los unía el sentido del humor y un agudo sentido de la ironía. Destaco estas dos personalidades porque siempre tuve la impresión de que acompañaron a Carmín de una forma especial, convirtiéndose en pilares de Ediciones Huracán, debido a su constancia, su disposición al sacrificio económico y su honradez. Bernardo, a diferencia de Fernando, tenía una larga experiencia política y periodística. Había trabajado en el periódico Claridad durante muchos años y tenía una gran experiencia en la edición de publicaciones sindicales. Su aportación a la editorial y sus constantes formas de colaboración fueron extraordinarias. Bernardo estuvo acompañando a Carmín hasta el fin de Ediciones Huracán, en 2016.    

Siempre estuve cerca de la editorial, de sus logros y sus angustias. Una cercanía hilada con la profunda amistad compartida y con la certeza de la importancia de la aportación de Ediciones Huracán. 

Carmín fue una amiga entrañable. Tuve con ella una diferencia durante muchos años. Nunca, creo, pudimos ponernos de acuerdo. Ella pensaba y me decía que era una lectora mediocre, del montón, promedio. Yo pensaba lo contrario. Siempre la vi como una lectora cuidadosa, penetrante y acuciosa. Pero ella insistía en una incapacidad suya para entender la poesía. En largas conversaciones sobre este tema, me parece que no tuve mucho éxito en convencerla. Había siempre un escollo, una gran exigencia suya de conocer a fondo la experiencia poética. No era que no le gustara la poesía. Por el contrario, reconocía su enorme importancia. Cuando leíamos algún poema complejo, sonreía y me decía: “tengo la impresión de que no entro totalmente en el poema”. Se exigía mucho, pero de algo estaba seguro: Carmín no era, como decía, una lectora del montón. 

Acto de Conmemoración de Carmen Rivera Izcoa, 15 de octubre de 2023
Foto suministrada por Yvette Torres Rivera

Sobre la obra de Carmín hubo algunos malentendidos. En ocasiones oí comentarios despectivos sobre su supuesto enriquecimiento valiéndose de la cultura. Fue todo lo contrario. Su vocación la inclinó hacia la cultura del libro, no hacia la riqueza económica. Pocas veces he conocido personas con un proyecto de vida tan estructurado y con la capacidad de darle a su trabajo una belleza tan cuidada. Conocí al detalle las dificultades financieras de Ediciones Huracán, vi el viaje económico de Carmín representado en sus mudanzas, la observé mientras invertía sus haberes, con serena convicción, en su proyecto cultural, y me apena pensar que hubo personas, incluyendo autores publicados por Ediciones Huracán, que no comprendieron la dedicación y la obra de esta extraordinaria mujer. Resumo su vida con un enunciado sencillo como expresión de su ejemplar empeño: Carmen Rivera Izcoa se empobreció económicamente haciéndonos a nosotros más ricos culturalmente.       

*Félix Córdova Iturregui es profesor jubilado del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Colaboró con Ediciones Huracán desde su fundación.

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