En el año 2010 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el acceso al agua y el saneamiento como un derecho humano fundamental (Assembly, 2010). Este derecho implica que las sociedades deben asegurar los recursos y servicios hídricos para cubrir las necesidades de sus habitantes. Para proveer el recurso de agua por igual se debe garantizar la seguridad hídrica. Esta última se define como la capacidad de proporcionar el líquido en suficiente cantidad y calidad de manera que pueda satisfacer necesidades agrícolas, industriales, de energía y domésticas. Para ese mismo año, 2.6 millones de personas carecían de acceso a saneamiento básico y 884 millones no tenían acceso seguro al agua potable.
La falta de seguridad hídrica provoca una diversidad de problemas que no se limitan a la ausencia del recurso o a la distribución del mismo, sino que implica también efectos para la salud. En particular, los efectos psicológicos de la falta de seguridad hídrica pueden exacerbar las desigualdades raciales, socieconómicas, de edad y de género, entre otras. Por tanto, para atender la falta de seguridad hídrica también necesitamos considerar la contribución de las ciencias psicológicas como esenciales para entender y resolver este fenómeno global. El conocimiento psicológico nos ayuda a comprender las emociones, conductas y motivaciones tras las diferentes consideraciones que debemos tener en cuanto a cómo remediar la falta de seguridad hídrica y el cambio climático en general. Además, nos ayuda a evaluar el efecto psicológico secundario que tiene el no poseer o desarrollar estrategias efectivas para reducir el impacto de estos fenómenos. Es por esto que este ensayo se enfoca en los efectos psicológicos ligados a la falta de acceso al agua en relación a la psicología de la mujer, los menores de edad y las familias en diversos contextos culturales. Reconocemos que son estos sectores los que usualmente tienen que crear estrategias y espacios en los que puedan generar, así como gestionar, su acceso al agua. Sin embargo, este escrito no se enfoca en estos procesos sino, como ya señalamos, en los efectos psicológicos.
Disparidades psicosociales en el acceso al agua

Aunque en general son las comunidades empobrecidas las que desproporcionalmente experimentan la falta de acceso al agua, el problema es de mayor impacto en el sur global. En partes del Sahara en África hay personas, particularmente mujeres, que pasan aproximadamente 40 billones de horas anuales cargando agua (Ray, 2007). De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), en las comunidades donde no hay seguridad hídrica, cuatro de cada cinco mujeres son las encargadas de la recolección de agua (World Health Organization [WHO], 2017). Los estragos físicos de este trabajo son inmensos— se reportan problemas en la columna vertebral, dolor abdominal, dolor de espalda y de cuello, fatiga, asfixia, ataques de animales y muertes por ahogo (Collins et al., 2019). Además de los diversos problemas físicos se suman la ansiedad, preocupación, coraje, falta de concentración, molestia y miedo; síntomas psicológicos comunes reportados por personas sujetas a la inseguridad hídrica (Wutich & Ragsdale, 2008). Además, la infraestructura hidrológica, como por ejemplo la sanitaria, puede representar una situación de vida o muerte para las mujeres embarazadas (Mishra, 2015). Los partos prematuros y el bajo peso infantil están directamente relacionados al estrés y los estragos físicos cuando no se cuenta con seguridad hídrica.
La ausencia de seguridad hídrica viene también acompañada de violencia, teniendo ésta un efecto desproporcionado en las mujeres, los menores de edad y las comunidades empobrecidas. Las mujeres que han experimentando la falta de seguridad hídrica son más propensas a ser víctimas de violencia de género y de violencia en general. Esto a su vez puede provocar partos prematuros y bajo peso infantil (Baker et al., 2018). Además, la violencia de género aumenta significativamente las posibilidades de experimentar síntomas psicológicos y físicos relacionados a la depresión, al uso de sustancias controladas, estrés postraumático, dolor crónico, enfermedades de transmisión sexual, heridas e incluso la muerte (Coker at al., 2002; Okuda et al., 2011). Esta violencia también afecta a las niñas y adolescentes quienes, al igual que sus madres, están bajo mayor riesgo de ser acosadas y abusadas durante la búsqueda de agua o servicios sanitarios. Estos eventos impactan negativamente su acceso a la educación, la movilidad social y la higiene en general (Nallari, 2015). También corren el riesgo de desarrollar infecciones urinarias severas a raíz de la falta de acceso a infraestructuras y espacios higiénicos (Das et al., 2015). A lo que se suma el hecho de que las niñas, cuyas madres experimentan sintomatología relacionada a la ausencia de seguridad hídrica como lo es la depresión, son más propensas a faltar a la escuela (Cooper-Vince et al., 2017). El impacto educativo es tan importante que la asistencia a la escuela se utiliza en algunos lugares como indicador de seguridad hídrica así como también lo son los salpullidos e infecciones dermatológicas (Christophe et al., 2002).
El género y la edad no son las únicas características de personas que viven desigualdades ante la ausencia de seguridad hídrica, también se puede observar por raza o etnicidad. Por ejemplo, luego de la segregación racial en Sudáfrica las personas afrodescendientes tenían más probabilidad de experimentar la falta de seguridad hídrica. Según un informe publicado en el 2020 por las organizaciones DigDeep y US Water Alliance (2020), la raza sigue siendo un factor determinante para quienes pueden tener acceso al agua en Estados Unidos y Puerto Rico. El informe estima que hay más de dos millones de personas sin acceso a agua potable y tubería sanitaria. Dichas personas son predominantemente negras no latinas, latinas y nativo americanos. Así mismo, son estas comunidades quienes están más expuestas a la contaminación de su agua, ya que a menudo son excluidas de los servicios y mejoras de la infraestructura hídrica por parte de los gobiernos (Brooks et al., 2017; MacDonald Gibson et al., 2014; Stillo & Gibson, 2018). Por lo tanto, estas personas reportan niveles más altos de discriminación y marginación relacionados a la falta de seguridad hídrica (Bisung & Elliot, 2016). Como resultado de la discriminación étnica y racial también estas personas sufren síntomas psicológicos, a corto y largo plazo, como son el miedo, bajos niveles de autoeficacia y de autoestima, la victimización, la desesperanza y percibirse amenazados. Como ha sido demostrado, la acumulación de experiencias de discrimen pueden además causar ansiedad, coraje, depresión y trauma (Geller et al., 2014).
El costo del agua en el impacto de la seguridad hídrica
En Estados Unidos las personas de bajos ingresos enfrentan los costos más altos de agua, tanto por el agua potable como por el agua embotellada (Colton, 2020). La gente de bajos recursos tiende a incurrir en más gastos debido a que se ven forzados a comprar agua a precios altos, a hacer filas, a caminar largas distancias, a gastar en infraestructura de almacenamiento hídrico y a pasar tiempo hirviendo agua para poder utilizarla (Christophe et al., 2002). El tiempo que invierten en la recolección de agua limita a su vez el tiempo que pueden dedicar a otras actividades de generación de ingreso o al ocio familiar (Zolnikov & Blodgett Salafia, 2016). Además, la falta de calidad de vida en familia afecta los niveles de conexión física o emocional y las dinámicas familiares en general (Jocson, 2020). El fácil acceso al agua y a infraestructuras sanitarias ayuda a mitigar estos efectos ya que las familias pueden concentrarse en generar ingresos y desarrollar conexiones entre sus miembros (Zolnikov et al., 2016).
Fenómenos climáticos extremos y el COVID-19
La evidencia científica ha demostrado extensamente que la salud mental y física están entrelazadas. Por ejemplo, los eventos climáticos extremos, como las inundaciones y los huracanes, sirven para subrayar como el bienestar físico y psicológico se afecta durante los mismos (Rosinger, 2018). Estos sucesos climáticos pueden crear situaciones de estrés psicológico, caracterizado por síntomas relacionados al estrés postraumático, depresión y ansiedad (Munro et al., 2017; O’Brien at al., 2014). Cuando estos síntomas no son atendidos es posible que persistan y tengan un efecto más dañino en las personas y sus comunidades (Schwartz et al., 2017). A lo anterior se añade que durante estos eventos extremos las responsabilidades para sobreponerse recaen desproporcionalmente sobre la mujer. En el caso de Puerto Rico, durante el huracán María, las mujeres de algunas comunidades rurales eran las responsables de encargarse de las necesidades físicas, financieras y emocionales de las familias (Oxfam, 2018). Entre estas obligaciones estaba el recogido de agua que, al igual que en otras partes del mundo, recayó en las mujeres.
Por otro lado, los fenómenos meteorológicos extremos a menudo obligan a las familias a abandonar sus hogares (Oliver-Smith, 2012). La migración forzada, por ejemplo, puede generar complicaciones psicológicas para las familias que a menudo experimentan traumas como consecuencia de la situación. El trauma puede verse agravado por altos niveles de estrés ligados a la discriminación, barreras lingüísticas, aislamiento y al proceso de aculturación general como parte de la experiencia migratoria (Adams & Kivlighan III, 2019). Además, los inmigrantes están más expuestos a experimentar falta de vivienda y violencia de género (Yamanis et al., 2018). Esta última puede transmitirse de generación en generación a través de un proceso conocido como transmisión intergeneracional de la violencia de género. Es muy importante que se atienda o se aborde el problema, pues cuando en la niñez se ha experimentado y presenciado violencia llegada la adultez se corre un mayor riesgo de ser víctima o de convertirse en victimario (Hou et al., 2016), perpetuando así un ciclo de violencia. En general, la migración forzada relacionada con la ausencia de seguridad hídrica y los fenómenos meteorológicos adversos puede resultar en la disminución de calidad de vida y de bienestar psicológico. Estos eventos también producen efectos a largo plazo, tales como miedo, ansiedad, ira, llanto, bajo desempeño vocacional e inestabilidad de la vivienda.

La actual pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto aún más los impactos desiguales y dispares que acompañan a la inseguridad hídrica y los fenómenos atmosféricos extremos. Si bien los casos de COVID-19 continúan aumentando en Estados Unidos (Salvatore et al., 2020) y en el mundo (Kinros et al., 2020), los eventos climáticos extremos están agravando las consecuencias negativas de la pandemia (National Academies of Sciences, Engineering, and Medicine, 2016). Una forma de combatir esta pandemia es a través de una buena higiene que incluye el lavado de manos regularmente (WHO, 2020). Esta estrategia resalta la importancia de la accesibilidad al agua. Sin embargo, esta estrategia no puede ser implementada en todos los países ya que hay regiones en las que el recurso del agua escasea o simplemente no está disponible. La combinación de la falta de agua potable y los fenómenos meteorológicos extremos, como sequías, inundaciones y tormentas, agravan las circunstancias en torno al acceso al agua misma poniendo en riesgo vidas humanas. Por ejemplo, las sequías durante el 2020 en regiones del oeste de Estados Unidos y el Caribe, así como las tormentas y huracanes, están comprometiendo y creando dificultades relacionadas a los requisitos básicos para combatir la pandemia (Knutson et al., 2019; Miskus et al., 2020). Estos eventos se complican cuando los seres humanos implementan políticas que limitan estos servicios. Por ejemplo, bajo nuestras condiciones actuales de COVID-19, en California, los caseros y arrendadores han estado cortando los servicios públicos (agua y luz) para tratar de desalojar a las personas de las comunidades de bajos ingresos (Dillon & Potson, 2020). Esta práctica no es única de California, también se observa en otras regiones de Estados Unidos, como Washington, DC o Nueva Orleans (Alee, 2020). Los seres humanos merecen la oportunidad de vivir una vida digna. Las instituciones y los gobiernos tienen la clave para prevenir los impactos directos e indirectos que tanto la inseguridad hídrica como el cambio climático tienen en la calidad de vida humana.
De cara a un futuro con crisis hidrológica
El agua potable, el saneamiento y la salud tanto mental como física, son esenciales para la realización de todos los derechos humanos. El derecho al agua no es importante únicamente desde el punto de vista jurídico, también es de suma importancia al intentar reducir las desigualdades sociales y económicas en todos los sectores. Desgraciadamente, en los países del sur global, la falta de acceso al agua y al saneamiento está vinculada con la pobreza, mayormente de las mujeres. En otros países como Estados Unidos y Sudáfrica, los latinos y las personas negras son quienes se ven más afectadas por la falta de acceso a agua potable. A su vez, estos son los mismos sectores que tienen bajo acceso a recursos de salud física y mental (Priest & Williams, 2018).


Para combatir esta situación hace falta tomar medidas extremas de manera urgente. En cualquier decisión o medida a implementarse en torno al acceso al agua y el saneamiento los más afectados deben participar, junto a un panel de expertos, en la búsqueda de soluciones. Además, es imperativo que la lucha contra la violencia de género incluya el derecho humano a la seguridad hídrica como un factor de riesgo a mitigar. También es necesario que se trabaje en la eliminación del discrimen, ya sea por raza o por etnia, a nivel global. Para lograr este objetivo es necesario realizar varios pasos, entre ellos, asegurar acceso al agua potable para todas las personas. Los gobiernos a nivel comunitario, municipal y nacional deben generar, implementar y monitorear las políticas institucionales y educativas que atienden las necesidades de acceso y seguridad hídrica. En la actual coyuntura ambiental y política es fundamental que aseguremos nuestros recursos hídricos. Esto significa, no sólo contar con políticas que garanticen el agua para las generaciones venideras, también requiere implementar las políticas que ya tenemos para asegurar un mejor presente que dé paso a un mejor futuro.
Referencias
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