Mural de la Memoria | Del día a día

Memoria de una ausencia

Edil González Carmona

En el principio fue el micromitin. En los vestíbulos de las facultades, los compañeros (epíteto que se quedó adherido desde entonces en lo más profundo de mi psique, si es que la psique tiene profundidad y adherencias) se encaramaban en algún lugar prominente y comenzaban a arengar a los estudiantes y a criticar a la administración universitaria y su complicidad con el gobierno. Fui asimilando la modulación de la voz, las ideas más importantes y el repertorio de figuras retóricas, hasta que un día, sobre una base de cemento al pie de la rampa de Estudios Generales, me tocó encaramarme.

Recuerdo los piquetes frente a la Torre y las marchas por el recinto. Andando descubrimos perspectivas inusuales y recónditos recovecos de la Universidad. Caminábamos muy pegados bajo el sol, gritando consignas, mirándonos con curiosidad y descubriendo afinidades, sintiéndonos parte de algo más grande. Grupos de estudiantes que cada vez más se asemejaban a una multitud comenzaban a conocerse personalmente. Nos volvíamos a encontrar en otra marcha o en otra reunión. Ya nos saludábamos, ya descansábamos bajo una sombra, ya conversábamos o cantábamos o bailábamos, ya éramos amigos para siempre.

Lucía que ya se había dispersado la asamblea. Entré al recinto y no se veía un alma. Yo buscaba desesperado el contingente estudiantil y no lo hallaba. Con la extrañeza de un sueño, caminé por los pasillos desolados de la Facultad de Humanidades, donde siempre por las tardes nos reuníamos para evaluar los acontecimientos recientes y planificar el próximo día de huelga.

Algunos estudiantes mostraban una gran conciencia del proceso huelgario, aportaban su experiencia de luchas estudiantiles anteriores, pero otros éramos muy inocentes. El día en que se realizó el mitin frente a la torre de la Universidad, me tuve que ausentar temprano de la actividad. Ese día Roberto Alejandro, presidente del Consejo de Estudiantes, quien tenía una veda judicial de entrar a los terrenos de la Universidad, apareció en un templete colocado tras la verja de la Avenida Ponce de León, y se dirigió a la asamblea. El movimiento estudiantil se mostraba decidido y creativo.

Yo formaba parte del grupo de nueva trova Otoquí y grabábamos cerca del mediodía el programa que moderaban en WIPR Silverio Pérez e Irvin García. Con las ganas que tenía de estar en esa asamblea. El caso es que una vez terminó la grabación del programa, mi amigo Abdiel y yo nos dirigimos hacia la Universidad. Por la radio escuchábamos tensos el relato de la represión que se desencadenó dentro del recinto y por el pueblo de Río Piedras. Había tapón en la Avenidad Universidad y no pude resistir las ganas de salir corriendo para acercarme a la Iupi.

Lucía que ya se había dispersado la asamblea. Entré al recinto y no se veía un alma. Yo buscaba desesperado el contingente estudiantil y no lo hallaba. Con la extrañeza de un sueño, caminé por los pasillos desolados de la Facultad de Humanidades, donde siempre por las tardes nos reuníamos para evaluar los acontecimientos recientes y planificar el próximo día de huelga. Cuando llegué a la breve escalera que comunica a la facultad con la Plaza Antonia Martínez, vi desaparecer a varios polícias que iban corriendo hacia otra parte de la facultad como si fueran persiguiendo a alguien. De pronto, caí en cuenta de mi error: inocentemente me había metido en la boca del lobo y si me veían, vendrían (como dicen en Madrid) a por mí. Así que de la misma forma fantasmal que entré al recinto, salí. 

Entonces, una nube de desdicha se posó sobre mí. Sentí que me había perdido un momento intenso y crucial de la lucha que veníamos gestando hacía varios meses. Porque la huelga también era vivir esa intensidad vital. Ese día me enteré de lo ocurrido en el noticiero de la tarde, donde iba a verme y a vernos, un poco protagonistas de la historia. Al final de la jornada, en las imágenes televisivas, solíamos constatar lo que nos había sucedido. Sin embargo, aquel día me lo tuvieron que contar.

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