Luis Muñoz Marín, “La verdad sencilla sobre el estatus político”

Discurso pronunciado en San Juan el día 4 de julio del 1948 | Introducción y Coordinación por Agnes Lugo-Ortiz

Imagen: “Muñoz coronado” por Edna Román

El documento pertenece a  la Colección Puertorriqueña de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras

Notas

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[1] Columna izquierda, principio del segundo párrafo. Este discurso comienza con una fábula:  el país ha tenido paz—alega—porque el tema del status, tan dominante en los años treinta, consumió las energías el país en los pasados ocho años. Sin embargo, esta es la historia: en febrero de 1943, los dirigentes de los tres partidos nacionales, el Partido Popular Democrático, Unión Republicana, y el Partido Liberal, endosaron una “Declaración de Derechos y Petición de Justicia” expresando que “el estatus político …debe decidirse en consulta con, y por la voluntad de, el pueblo de Puerto Rico mismo”.  Exigían premura (la consulta debía ser “a la mayor brevedad posible, si fuera posible ahora mismo”).  Pero en honor la flexibilidad que la fronda diplomática impone, dejaban que el presidente norteamericano y el Congreso decidieran si aquel era el momento adecuado para la consulta.  De no serlo, los partidos de la isla estaban dispuestos a esperar al final del conflicto bélico internacional en “paciencia fraternal”.  La “Declaración” fue discutida por la legislatura puertorriqueña que, el 10 de febrero del mismo año, aprobó una Resolución Concurrente de Cámara y Senado cuya primera sección reclama el fin del “sistema colonial de gobierno” y demanda una consulta.  Fue una gestión fallida (Duprey, págs. 156-157).

En 1943 se creó el Congreso Pro Independencia con el apoyo de importantes líderes del PPD.  En el mismo año el congresista Millard E. Tydings radicó su segundo proyecto de independencia (el primero había sido en 1936). También se radicó otro a favor de la estadidad.  El presidente Roosevelt nombró una comisión para estudiar el tema del gobernador electivo y escogió a Muñoz como uno de sus miembros.  La comisión, según Carlos R. Zapata Oliveras, incluyó “de forma aguada … algunas de las concesiones adicionales” propuestas por Muñoz.  El Senado federal aprueba la propuesta, pero la Cámara la envió al proverbial sueño de los justos.

En 1943 se creó el Congreso Pro Independencia con el apoyo de importantes líderes del PPD.  En el mismo año el congresista Millard E. Tydings radicó su segundo proyecto de independencia (el primero había sido en 1936). También se radicó otro a favor de la estadidad.  El presidente Roosevelt nombró una comisión para estudiar el tema del gobernador electivo y escogió a Muñoz como uno de sus miembros.  La comisión, según Carlos R. Zapata Oliveras, incluyó “de forma aguada … algunas de las concesiones adicionales” propuestas por Muñoz.  El Senado federal aprueba la propuesta, pero la Cámara la envió al proverbial sueño de los justos. [Roberto Alejandro]

[2] Columna izquierda, final del segundo párrafo. De Muñoz Marín, Arcadio Díaz Quiñones ha dicho que usó el término “brega” continuamente como legitimador de su política, insistiendo en la necesidad de ser flexibles en las relaciones con la metrópoli” (pág. 64).

El refrán “Arco que mucho brega, o él o la cuerda”, recogido también por Díaz Quiñones, alude a que debemos utilizar las cosas con moderación y templanza, o asumir el riesgo de que se destruyan. De ahí la necesidad de saber “bregar el arco”. La frase se ofrece como ejemplo de una de las acepciones de los usos del verbo bregar. En el Diccionario de Autoridades se dice que: “Es lo mismo que flecharle repetidamente. Arco que mucho brega, ò él, ò la cuerda. Refr. que se aplíca à los que trabájan y se fatígan demasiado, sin dár algun alívio y descanso al cuerpo, ò al ánimo, por cuya causa suelen rendirse y desfallecer: como sucéde en el arco de una ballesta, que si se tira con él continuamente, ò la cuerda, ò él se ha de romper: y lo que enséña es, que debémos usar de las cosas con moderación y templanza”.

En este discurso, Muñoz ofrece el concepto de “bregar el arco” para pensar el status de la situación política puertorriqueña, afirmando (falazmente) que durante ocho años el tema no se ha discutido, aunque, según él, esto haya sido beneficioso para el país. Por primera vez en el discurso aquí aparece la palabra brega como ejercicio de pensamiento que se cualifica como duro (“la dura brega intelectual”). A las dificultades que sufre el intelecto ante el estatus se suma el estado emocional angustioso que provoca. [Ivette Hernández-Torres]

[3] Columna izquierda, final del último párrafo. Es una estrategia común a toda contienda política la de definir, lo más pronto posible, al adversario para socavarle su capacidad de auto-representación y ganarle la delantera en la partida. Dependiendo de la integridad y peso del proyecto en pugna, esa definición tocará asuntos medulares de las diferencias políticas entre los bandos o caerá en la demagogia. Aquí sucede lo segundo. Ya desde temprano en su carrera política, Muñoz se perfiló como un polemista sagaz y muchas veces inescrupuloso, dado a desplegar (según lo ha visto Alvarez Curbelo, 1993) una retórica de depredación y estigmatización contra sus adversarios. Este pasaje es ejemplar de esos modos beligerantes. Aquellos que entendían que la condición colonial del país le ponía cortapisas a un modelo de desarrollo económico autónomo y sostenible no  son presentados como ciudadanos con los que se mantienen diferencias de perspectivas sino como locos maniáticos, enfermos, vanidosos, ambiciosos, seres infantiles. Son todo lo contrario de la “gente seria” que compone al pueblo puertorriqueño, inscrito aquí con los elementos de la alianza multi-clasista convocada por el proyecto del PPD para el 1948. Lo que está en juego en el pasaje es una estrategia para deslegitimar (literalmente: para “sacar de la ley”) y aniquilar simbólicamente a aquellos que disentían del proyecto popular; deslegitimación que ese mismo año ya se había transformado en represión y persecución política explícita con la aprobación de la Ley de la Mordaza.  Muñoz inaguró toda una cultura política y un modo de dirimir diferencias en la esfera pública. Las consecuencias de esta rétorica estigmatizadora (dirigida a patologizar y criminalizar a los sectores independentistas), asentada en un cultura del miedo y avalada por la violencia del estado son palpables en la vida política del país hasta el día de hoy. Ella ha ayudado a sostener la racionalidad destructiva y delirante de ese lastimoso simulacro de “poderes propios” que es el ELA y a empobrecer los términos que nos permitan imaginar otro país posible. [Agnes Lugo-Ortiz]

[4] Columna derecha, al final del primer párrafo completo. Aquí Muñoz ha entablado una lucha por apropiarse de la palabra “libertad”. ¿Cómo arrebatarle el uso de esta palabra a los sectores políticos que la manejaban con insistencia, como el independentismo? ¿De qué manera apropiársela para su argumento sobre el status y transformar su potencial afectivo? Según él, y estratégicamente, el concepto “libertad” (utilizado en singular) era un término esgrimido por una pequeña minoría urbana que “en los campos casi no existe” y que promovía una noción abstracta y unidimensional del término. Esta minoría no conocía a la población rural ni sus necesidades vitales. Muñoz va a invocar a una mayoría preocupada por lo que él llama las “formas de libertad” o las “otras libertades” (ahora en plural), asociadas a la sostenibilidad y al mejoramiento económico. La implicación es que en las otras dos propuestas para la solución del status (la independentista y la estadista) estas consideraciones sobre el bienestar del pueblo estaban ausentes o eran desconocidas. De este modo, pedir la libertad para resolver el estatus equivalía a una “pérdida de libertades” del pueblo en general. [Luis F. Avilés]

[5] Columna derecha, último párrafo.

La pugna por las libertades adquiere una proyección épica al convertirse en una lucha por evitar “que se resquebraje y destruya toda la vida de la civilización en Puerto Rico”. El deseo de “bregar”, al que constantemente alude Muñoz, es uno en el que asume retóricamente la responsabilidad de atender a las libertades del pueblo y no a la libertad abstracta. De hecho, su declaración de libertad vacía de significado otras alternativas políticas asociados al status (independencia y estadidad). La libertad (singular) prometida por el independentismo y la estadidad equivaldría a la aniquilación civilizatoria de las “formas de libertad”, vaciando de contenido y significación cualquiera de las soluciones al status fuera de las propuestas por Muñoz. En la batalla por las palabras y el lenguaje, el discurso anuncia un futuro catastrófico donde ser independiente o ser estado no solamente significaría la destrucción total del basamento civilizatorio del pueblo, sino que también implicaría vaciar de sentido las palabras más importantes para los políticos en contención, en particular los independentistas. [Luis F. Avilés]

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[6] Columna izquierda, primer párrafo largo. Una política “real” sería aquella que brega con las varias libertades: liberarse del miedo al hambre, del miedo a la inseguridad, la libertad de vivir una vida digna. Paradójicamente, librarse de esos miedos depende completamente de la asimilación del miedo que promueve su propio discurso, un miedo a la noción de libertad política como bomba catastrófica que amenaza a la totalidad de la vida en la isla. Podemos preguntarnos hoy en día si esa noción de “libertades” que promovió Muñoz ha llevado a Puerto Rico a la conquista de esos miedos. ¿Hemos superado la pobreza y el hambre? ¿Logramos el sueño inmunitario de una vida segura? ¿Contamos con una infraestructura sólida y bien mantenida que aumente nuestra calidad de vida? ¿Disponemos de servicios eficientes y a un precio razonable para que el pueblo viva sin los temores de antaño? Muñoz anunciaba que esta etapa de desarrollo económico era temporera y que Puerto Rico podría decidir su status una vez se conquistaran esos miedos. Luego de su discurso, y ya pasados más de 72 años de espera, nos preguntamos, ¿hacia dónde nos ha llevado este camino de “libertades”? [Luis F. Avilés]

[7] Columna derecha, primer párrafo completo. Este fue el sofisma mayor e inigualable del muñocismo.  Ni Estados Unidos ni el colonialismo ni el sistema económico y político eran el problema.  El destino de la pequeñez geográfica y la fecundidad de la población lo eran. En un párrafo y en un discurso en la siempre irónica fecha del 4 de julio, Muñoz borró todo el consenso del momento que vinculaba la miseria al carácter colonial e insostenible del régimen imperante.

La tierra:  no hay, por supuesto, mención alguna de las expropiaciones de tierras para usos militares.  En Vieques, donde las expropiaciones comenzaron en 1941, antes de que Estados Unidos entrara a la guerra, la Marina expropió alrededor de 22,000 cuerdas de terreno.  “Cuando los grandes propietarios vendieron sus tierras, los agregados perdieron, en un solo acto, sus empleos, sus hogares, sus cosechas y sus animales de subsistencia”.  Las expropiaciones significaron desahucio para los agregados y una reducción significativa en los ingresos del municipio (Ayala Casás y Bolívar Fresneda, pág. 319). 

No solo fue en Vieques.  El ejército norteamericano expropió 53,484 cuerdas de tierra en todo Puerto Rico—pero el 41% del despojo ocurrió en Vieques. La construcción de una base militar en esta isla trajo un auge económico momentáneo seguido por la desolación. La caña ya no existía como fuente de trabajo (Bolívar Fresneda, pág. 153).

La poca tierra era un problema:  en 1941 la legislatura popular cedió de forma gratuita las tierras donde se construiría Roosevelt Roads (Santiago Caraballo, pág. 344). [Roberto Alejandro]

[8] Columna derecha,  al final del tercer párrafo completo. Al momento de este discurso, y según datos del mismo gobierno, ya para el 1948 existía una deuda acumulada en el país de 74,246,543 millones de dólares. ¿Cómo se llegó a esa deuda? ¿Sería producto del despilfarro en las agencias y corporaciones públicas del territorio dirigidas por funcionarios que habían sido nombrados directamente por el presidente de los Estados Unidos? En este discurso Muñoz solo indica que “la deuda” es un riesgo de cara al futuro, si dejáramos la relación con la metrópoli. Ante este silencio, ¿qué plan estratégico y qué límites constitucionales, si alguno, contempló Muñoz para evitar el robo y el crecimiento de la deuda? [Edna Román]

PÁGINAS 5-6

[9] Último párrafo que comienza en la página cinco y continúa en la seis. En 1930, en un artículo publicado en The New York Times, Muñoz comenta y crítica el estudio de Victor S. Clark, Porto Rico and Its Problems, hecho bajo los auspicios del Brookings Institute en Washington. Aun en su brevedad, este artículo sintetiza un importante principio para Muñoz:  la pobreza no era asunto a dirimirse con más producción y más eficiencia económica, aun cuando los avances económicos que éstas hicieran posibles se distribuyeran con equidad.  Los autores del estudio eran buenos sociólogos y estadísticos, pero habían fracasado en otra dimensión.  Carecían de “statesmanship”:  “any statesmanship that grapples with the problem [la pobreza] without iniquitous axe to grind is bound to consider the manner of reducing poverty not only as a cold proposition of diagrams and purchasing power, equitably distributed, but taking into account with the broadest sympathy the cultural background of the Porto Rican people.” Estos autores, Muñoz argumenta, “conceive Porto Rico as a problem in dictatorial efficiency, political and economic; as a place where men can be content to become insignificant cogs in a machine of production in the hope of increasing their incomes through the efficiency of their masters.  Porto Rico, of course, is no such place.  There is no such place in the world”.

Para Muñoz, la oferta del Brookings Institute, que consistía en eliminar todos los obstáculos a la producción del azúcar a gran escala, era inaceptable.  No era democrática y ni siquiera tomaba en cuenta las ideas del liderato puertorriqueño.  Aquella oferta privaba a los puertorriqueños del “degre of democracy necessary for them to cooperate, in terms of dignified equality, with the American people to the solution of their problems”.  Y Muñoz claramente sugiere que el Brookings Institute trataba la realidad cultural que es Puerto Rico como si fuera “a large farm”.

También resumía lo que para él era principio rector y consenso de la élite política en la isla para combatir la pobreza:  “the expansion of the small farmer class, encouraged without serious injury to capital investments now operating successfully, is the basic economic strategy that the island needs…”.  Así se reduciría el desempleo y se producirían los alimentos que la isla tanto necesitaba.

En 1948, Muñoz tenía otro horizonte.  La industrialización era inaplazable.  Fue precisamente en 1948 cuando el PPD vendió las fábricas estatales al reconocer que, como gobierno, administraba operaciones ineficientes sin ninguna competitividad. La eficiencia y la disciplina vendrían del capital privado (Dietz (1986), pág. 215).

La producción galopante permitiría que los productos de Puerto Rico inundaran, libre de aduanas, al mercado norteamericano.  Pero el único “producto” de Puerto Rico que necesitaba tal mercado era el azúcar.  Esta demandaba capital, gran escala, eficiencia y que los trabajadores fueran “insignificant cogs in a machine of production in the hope of increasing their incomes through the efficiency of their masters”.

En 1930, Muñoz añadía: “Porto Rico, of course, is no such place”.  In 1948, ese lugar imposible se convertiría en el absolutamente imprescindible para combatir la miseria.  [Roberto Alejandro]

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[10] Columna izquierda, principio del último párrafo. La independencia era un infierno dantesco con su celebre inscripción: “Abandonar toda esperanza quiénes aquí entráis”. Era desastre, destrucción, hambruna.  Muñoz construía una caricatura de la independencia como un apego emotivo y sideral a una palabra, a una mera designación sin contacto alguno con la materialidad de las mujeres y hombres de carne y hueso.  De lograr la independencia, “habríamos de perder toda esperanza de jamás solucionar el agobiante problema de vida de este pueblo, de jamás establecer una modesta libertad del miedo a la miseria…”. Dos “jamás” en una misma oración.  Y las sentencias iban acompañadas de muchos argumentos sobre la “libertad”.  Pero apenas un mes antes, el 10 de junio de 1948, la firma de Piñero había rubricado la Ley 53.  Esta ley se nutría de proyectos (23, 24 y 25) aprobados por la legislatura insular a altas horas de la noche el 20 de mayo en una sesión extraordinaria convocada con mucho secreto sobre su contenido.  Esgrimiendo la “excusa de la prisa, se aprueban los proyectos a rajatabla, sin discusión y sin audiencias”, decía un editorial del periódico El Mundo.  La ley 53, correctamente bautizada como La Mordaza, tenía como propósitos explícitos silenciar la libertad de expresión y reprimir la libertad de asamblea y libre asociación. La ley castigaba con diez años de presidio o multa de 10 mil dólares, o ambas penas, el “fomentar, abogar, aconsejar o predicar la necesidad, deseabilidad o conveniencia de derrocar, paralizar o destruir el Gobierno insular, o cualquier subdivisión política de éste, por medio de la fuerza o la violencia”.  Era un texto copiado de una legislación federal, pero los insulares agregaron la modalidad “paralizar”.  Las actas del Senado sobre tal proyecto—de un Senado presidido por Muñoz—desaparecieron.  En 1947, Pedro Albizu Campos había regresado a Puerto Rico (Acosta [1989], págs. 61, 62, 63 y 67).

La Mordaza institucionalizaba el miedo a libertades centrales en un orden democrático, pero eso no impedía que Muñoz pontificara sobre sus “significados”.  El miedo al encarcelamiento y a tener los sabuesos del estado siguiendo el rastro de ciudadanas y ciudadanos no era uno que amenazara la “civilización puertorriqueña,” según la versión del discurso muñocista.[Roberto Alejandro]

[11] Columna izquierda, final del último párrafo. Como se ha visto, Muñoz se apropia de la palabra libertad para así incidir en los afectos. No desde la ilusión de devenir país soberano, sino desde la catástrofe. Cuando llama al deseo de libertad política una “caprichosa impaciencia” que pone en juego “la vida entera del pueblo”, la palabra libertad ha sido efectivamente transformada en una totalidad negativa. Nada bueno saldrá de ese intento y el significado afectivo de la palabra se desinfla por completo: “La idea de independencia es respetable. Pero, ¿a esa destrucción se le puede llamar independencia?” Ser un libertador independentista termina equiparándose a un “esclavizador”, un “destructor” y “aniquilador”. En última instancia, al canibalizar la palabra libertad Muñoz intenta arrebatarle al independentismo su relación con la vida a pesar de lo respetable que pueda ser la opción política de la independencia. El afecto que va a imponerse en este discurso muñocista es el del miedo al desastre y la catástrofe –predecible para él– de una civilización.  [Luis F. Avilés]

[12] Columna derecha, al final del primer párrafo.

Este es uno de lo momentos más deshonestos de todo el texto. Para usar los términos del propio Muñoz: es una gran “fraudulencia intelectual”. Aquí se sugiere que la producción local de Puerto Rico no puede perjudicarse por la competencia, libre de gravámenes, de los productos norteamericanos porque el mercado local del país no se define por sus límites geográficos sino por la existencia o no de barreras aduaneras. Sutilizas de ingenio soƒístico. ¿Qué es un mercado local?, se pregunta con sus conocidos métodos de ofuscación, permitiéndose afirmar que nuestro mercado local no termina en Mayagüez sino en el Pacífico. Esto es, que el mercado local de Puerto Rico son los Estados Unidos. Como se ha señalado en otra de las anotaciones, lo que verdaderamente está en juego aquí son los intereses del capital azucarero en Puerto Rico, que era el único gran producto de exportación de la isla en aquel momento y dependiente del consumo estadounidense. Porque, ¿qué otra cosa tenía Puerto Rico para exportar, fuera de su  propia gente? Pero Muñoz minimiza la necesidad de proteger la industria local y los obstáculos reales que la competencia norteamericana le ponía a su desarrollo. Hoy en día el país importa más del 87% de lo que consume[Agnes Lugo-Ortiz]

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[13] Columna  izquierda, segundo párrafo. De todas las “bregas” que aparecen en el discurso, merece subrayarse la que aquí se articula a través de la figuración del yo muñocista—su propia brega. Esta “brega” es “amarga” por ser producto de las búsquedas del yo, tanto a nivel práctico (solucionar los problemas del pueblo) como intelectual (“fruto de angustioso pensamiento”). En esta sección se vuelve a “la dura brega intelectual” y a la “angustia espiritual” que se vio al comienzo. Muñoz conjuga en su yo los conflictos intelectuales y emocionales de una dedicada brega que supuso buscar soluciones al asunto del status político de la isla. Dicha brega surge de un sentido de responsabilidad del yo ante la confianza depositada en él por “la mayoría”. El yo se presenta como alguien responsable y confiable pues cumple con el compromiso contraído con la colectividad. El pacto entre “el yo y ustedes” ha llevado a Muñoz a bregar intelectual y emocionalmente para por fin encontrar una respuesta a la cuestión del status (la Carta Orgánica o constitución para la isla que entrará en efecto en 1952). No obstante, la respuesta encontrada, gracias a un cumplimiento honroso de su parte, no viene a representar ninguna ganancia real para ese yo. Todo lo contrario. Esto se explica porque las dos opciones de status (estadidad o independencia)—y que se cancelan en el mismo discurso como posibilidaded política—en realidad le hubieran convenido a quien se figura como el gran benefactor del “ustedes”. La elección entre una de ellas, tal y como la formula Muñoz, tiene implicaciones de vida o muerte para la colectividad. No así para quien habla, en tanto este sujeto se representa con autoridad suficiente para elegir entre ser presidente con la independencia o senador con la estadidad. La excepcionalidad del yo se manifiesta claramente no solo en su singularidad como individuo frente al colectivo y por ser dueño del discurso, sino también por encarnar en sí mismo el poder de gestionar su propia sobrevivencia y superioridad sin temor a morir de hambre. Muñoz se instaura como el sobreviviente de un futuro naufragio del país. La advertencia del título del apartado es clara y contundente en su repetición: “La gloria sería mía y el hambre sería de ustedes”. No hay que olvidar que en pasajes previos del discurso Muñoz había asociado la independencia con destrucción y la estadidad con desastre. Más aún, a aquel que lograse viabilizar cualquiera de esas dos opciones se le tilda de esclavizador y aniquilador. En esta formulación la tragedia de morir de hambre linda con el exterminio. La alusión a la tragedia no es gratuita pues quien enuncia la advertencia lo hace desde la figuración de un yo aparentemente agónico que encarna en sí mismo la brega como dura lucha intelectual y espiritual. De ahí la recurrencia al lenguaje trágico y cuasi-religioso. Quien habla desplaza la posibilidad de obtener la gloria para sí negándose a sacrificar a su pueblo. La gloria deviene un “flaco alimento” para un espíritu que “tiene hambre de justicia y de responsabilidad”. El yo sacrifica la gloria personal que fácilmente le correspondería en aras de garantizar, a través de una lucha guiada por la honradez y la paciencia, la vida de su pueblo. Queda claro que la representación del yo en el discurso muñocista, si bien está atada a una lucha, escamotea cualquier sentido épico o trágico para sí mismo y para el pueblo. El compromiso no es entre dos entes afectados de igual manera. El pacto se presenta como algo que favorecerá a una de las partes (al pueblo) frente a una catástrofe que a Muñoz no afectaría. Se trata en realidad de saber bregar el arco o, siguiendo a Díaz Quiñones, el saber “ser flexibles en las relaciones con la metrópoli”. En este sentido, la flexibilidad funciona para el establecimiento de otro pacto, aquel que va a beneficiar a la metrópoli pues ésta logrará una mejor imagen como potencia que ha superado el colonialismo. Muñoz resulta así indispensable tanto para Puerto Rico como para Estados Unidos. Por otro lado, la flexibilidad alude sin duda a la moderación y templanza que requiere el uso del arco en el refrán. Estas virtudes pasarían a ser parte fundamental de la caracterización del yo como componentes definitorios del sujeto y, por extensión, de su pueblo. La narración de la brega amarga no solo enaltece al yo que la concibe y ejecuta. El discurso también propone una figuración de los oyentes (puertorriqueños y americanos) como preparación para recibir el don que el mismo Muñoz ha producido y que les otorgará. Ese don, supuesto “fruto” de un pensamiento sufriente, es la clara reformulación en 1948 de la relación política entre Puerto Rico y Estados Unidos: “la verdad sencilla sobre el status político” que hasta hoy perdura. [Ivette Hernández-Torres]

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[14] Columna izquierda, segundo párrafo. Aquí se alega que el principal fallo político de Puerto Rico en el 1948 es su imposibilidad de elaborar una constitución propia. Si seguimos este lógica, para Muñoz el proyecto constitucional – la libertad de establecer los fundamentos de nuestro ordenamiento jurídico – sería la solución a los “rastros” del “leve” problema colonial que aún perduran en la isla. Según este postulado, la Ley Pública 600 legislada por el Congreso estadounidense en el 1950 introduciría el ejercicio democrático a Puerto Rico al autorizar la ratificación de una constitución local.

Desde la perspectiva actual (i.e. nuestra crisis de insolvencia gubernamental que ha desenmascarado los límites del progreso económico posible bajo el proyecto político muñocista), resulta clara la falacia de esta aseveración. Si bien Puerto Rico ratificó la Constitución del Estado Libre Asociado en el 1952, ésta poco atenuó el poderío imperial de los Estados Unidos. Su peso fue más simbólico que político. Se trató de una ley del Congreso estadounidense. Nuestra Constitución puede ser remplazada o modificada en cualquier momento mediante legislación congresional, una entidad en la cual no tenemos representación con voto—y tal como ocurrió con la Ley PROMESA del 2016. El ejercicio constitucional no cambió la situación política de Puerto Rico, dejando intactos los poderes plenarios del Congreso bajo la Cláusula Territorial y vigentes los Casos Insulares, en los que claramente se estipulaba que la isla es “a territory appurtenant and belonging to the United States, but not a part of”. ¿Cómo se puede hablar de gobierno propio dentro de un marco jurídico que nos clasifica como mera posesión?

Muñoz apuesta a cierta ignorancia de su público. Es de destacar su doble discurso sobre la situación colonial puertorriqueña. Si bien ensalzaba su proyecto constitucional ante los puertorriqueños como clave al gobierno propio, sus alegaciones ante el Congreso eran de otra índole. Recordemos, por ejemplo, que en las vistas legislativas donde se debatía la Ley Pública 600, a dos años del texto que comentamos, Muñoz le representaba a los congresistas estadounidenses que “you know, of course, that if the people of Puerto Rico should go crazy, Congress can always get around and legislate again” (Puerto Rico Constitution: Hearing). Aquí yace la brega política de Muñoz: venderles a los puertorriqueños los logros democráticos de una constitución propia, a la vez que les asegura a los amos coloniales que pueden irle por encima cuando quieran. [Cristina Esteves-Wolff]     

[15] Columna derecha, al final del segundo párrafo completo. En el estatus político diseñado por Muñoz habitamos. Adentro vivimos periódicamente ataques de pánico y otros controles y desórdenes individuales y colectivos. Este es el discurso del miedo que heredamos.  [Edna Román]

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