1898-1899: Llegaron (Segunda Parte)
Roberto Alejandro
*Nota editorial: Esta es la continuación y parte final de una pieza publicada por el mismo autor en el primer número de Categoría Cinco. Para acceder al primer ensayo oprima sobre este vínculo.
En la primera parte de este ensayo presenté el texto del periodista norteamericano Albert Gardner Robinson como mirada inicial, desde el lente del Norte, hacia la gente y cultura de un país conquistado. Mi objetivo era escudriñar las legibilidades en conflictos como estos y aquellas se manifestaron en textos de la época. Este propósito propone reflexiones sobre los argumentos y concibe los textos, para usar un lugar común, como zona de encuentros para inscribir o quizás restaurar otra memoria sobre las ideas políticas de aquel momento. No intentaba ni intento ofrecer un trasfondo de la invasión, un tema abordado en nuestros textos de historia.
En el espacio geográfico, la legibilidad es el mapa de signos físicos que permiten entender el paisaje y caminarlo. Son los hitos que marcan senderos, desfiladeros, peligros. En el ámbito conceptual, veo la legibilidad como el conjunto de conceptos y argumentos que posibilitan entender el entramado tenso de lo social: las jerarquías, los asideros, los tabús. En 1898, los conceptos fraguados en la lucha autonomista con España junto a los razonamientos que estos aparejaban fueron sumergidos dentro del nuevo mundo militar, político y simbólico de los invasores. Esto significó, para mí, que lo que había sido legible para la élite dejó de serlo. Por eso hablo de dos legibilidades en conflicto: el mundo conceptual de Estados Unidos intentando entender la otredad de su nueva colonia y el de la élite puertorriqueña aferrándose y dotando de significados el nuevo léxico: república, federal, libertad.
El lenguaje, en el intento de convertir lo extraño en familiar y lo incómodo en aceptable, tuvo que traducir los nuevos términos para entender lo inesperado. La élite criolla mantenía las formas de deferencia frente a un poderío militar que anulaba cualquier reto en ese terreno, pero no abandonó la resistencia. El lenguaje político fue lugar de acomodos, resistencias y malentendidos.
En esta segunda parte continúo con mi objetivo retomando el discurso de Muñoz Rivera, mencionado en la primera parte, antes de ofrecer otras dos miradas, la de un administrador y un militar. Concluiré con palabras de Miguel Ángel Guerra Mondragón en 1924.
“En el discurso de Muñoz Rivera de 1899 ya afloraban profundas hendiduras en simples entendimientos, en esas lecturas mutuas de dos culturas, muy asimétricas en cuanto al poder, y coexistiendo en un mismo lugar. En él Muñoz hablaba de avanzar a la “identidad.” Ese término, tan lleno de firmeza al usarse en otros menesteres, aquí era espejismo resbaladizo. ¿Qué quería decir? Se podía entender como un llamado a la anexión. Así lo vieron los anexionistas que de inmediato lo felicitaron porque “al fin, ha encontrado el verdadero camino [y] como el descarriado Saulo yendo para Damasco, se ha sentido deslumbrado por la luz vivísima de la verdad…”[1]
Y sin embargo “ir con rapidez a la identidad” también podía entenderse como esperanza de que la nueva metrópoli reconociera la idiosincrasia de su nueva posesión e hiciera valer los principios democráticos siempre tan pavoneados. Desorientación aparte, aquí ya había indicios no de doblez de espíritu sino de aferramiento a los pliegues del lenguaje para decir una cosa y querer decir otra. Ni Muñoz ni los autonomistas tardaron en darle significado a lo que ellos llamaban identidad. Y lo hicieron mientras se cobijaban bajo otro vocablo de ofuscación para los norteños. Le cambiaron el nombre a su partido para llamarlo “Partido Federal.” Era una operación de contrabando: por “federal” seguían entendiendo “autonomía” y por eso los autonomistas “no necesitaban cambiar su programa, sino ratificarlo, ampliándolo y extendiéndolo hasta el límite de las franquicias, políticas y económicas, que disfrutan nuestros hermanos del continente.” Y se añadía “quieren llamarse Partido Federal, porque continúan pensando en su ideal autonomista y porque no existe sobre el planeta autonomía tan amplia y tan indestructible como la que supieron crear, cuando escribieron sus códigos, los patriarcas de la América del Norte para sus Estados y sus Territorios.”[2]
Desde su ideal autonomista y con la creencia de que la autonomía más “amplia” e “indestructible” del planeta solo existía en Estados Unidos, Muñoz procede a definir la “identidad.”
“En la identidad encarna nuestro patriotismo, que no es el sentimiento de la nación como un todo centralizador bajo el imperio de un solo poder gubernativo y legislativo, sino el sentimiento de la región, intenso, profundo; de la región constituida y organizada con sabia independencia, en la forma de Estado federal, con gobierno propio, … uniéndose, dentro de una admirable variedad, como soberana resultante de un poder central que garantiza la autonomía de los poderes locales y protege y levanta los intereses comunes por la acción de un organismo superior, fuerte y poderoso.”[3]
Más que un pasaje dentro de un manifiesto, este extracto era emboscada, enredadera lingüística con sables ni siquiera ocultos. Dizzying. En esta “maravilla” de la retórica de una elite muy educada y ducha en palabras y negociaciones, se construye un ensarte de parchos para formar un nuevo ropaje. En una oración, los autonomistas ensamblan “sabia independencia,’” “estado federal,” “gobierno propio,” y vuelven a describir el sistema federativo norteamericano, no como centro que rige las partes sino como un reconocimiento fervoroso de la región que se transforma, en su imaginación, en la unidad preeminente. Tan preeminente que aquí los autonomistas le explican a Washington y a los anexionistas que Estados Unidos ni siquiera son una nación: “ni siquiera se llama nación; se llaman Estados Unidos. Por eso el pueblo, si pide amparo a su Dios, no le dice: ¡Oh Lord, bless our Nation, sino que le dice: ¡Oh Lord bless these United States.”[4]
Quizás, como texto escondido, estaba el mensaje de que Puerto Rico sí se consideraba nación. De más importancia, es que la emboscada se puede traducir en la siguiente concatenación: nuestro patriotismo es el sentimiento de una región, no de una nación con un gobierno centralizador porque, a decir verdad, Estados Unidos no se consideran ni se llaman nación; la región “constituida y organizada con sabia independencia” adopta “la forma de Estado federal, con gobierno propio,” y se une a una variedad donde la soberanía proviene de “un poder central que garantiza la autonomía de los poderes locales…” El galimatías se “aclaraba” al final: “La América del Norte es un Estado de Estados y una República de Repúblicas. Uno de estos Estados, una de estas repúblicas debe ser Puerto Rico en el porvenir. Y a que lo sea cuanto antes, dirigirá sus empeños el Partido Federal.”[5] Era el remolino de la onomatopeya: federal, estados, repúblicas: las banderas del Norte pero ya pronunciadas desde una óptica distinta, atisbos de resistencias.
La versión de un administrador
Un administrador americano, y es sensato presumir que los demás funcionarios metropolitanos también, sí vio las entrelíneas y entendió aquello que permanecía oculto. Edward S. Wilson fue Marshall en la isla de 1900 a 1905. Fue nombrado por el presidente William Mackinley quien, al otorgarle el nombramiento, le dijo que sería un entretenimiento, una “diversión.”[6]
En 1905, Wilson escribió un texto sobre su estadía en la isla en el que hacía un llamado para que Estados Unidos cumpliera la “deuda” que aún mantenía con Puerto Rico. Para los norteamericanos, según Wilson, la única “oposición” provenía de los partidarios de Muñoz Rivera para quienes, según él, su palabra era “ley.” No escapa a su atención que en la plataforma del recién creado partido anexionista, los redactores se esmeraron en mostrar felicidad y orgullo ante el nuevo orden mientras el lenguaje de la plataforma del también recién formado Partido Federal mostraba más recato. “Still, there is not a suggestion of lukewarm loyalty in the Federal declaration. There is, however, hidden in the lines a desire for the speedy extension of self-rule to the island,…”[7] Los anexionistas, siempre leales, “simply expressed a faith in Porto Ricans governing themselves under whatever form of government Congress might impose.”[8]
El texto de Wilson es importante porque revela, desde la perspectiva de un funcionario norteamericano en Puerto Rico, cómo los nuevos administradores percibieron y personalizaron las razones de sus oponentes. El texto es también lúcido al describir un liderato autonomista, completamente distinto al que luego dominaría a Puerto Rico desde el Partido Popular Democrático. Creo razonable inferir que el relato de Wilson corresponde a la versión dominante norteamericana en ese momento.
Más aún, Wilson deseaba que sus lectores conocieran la situación que los militares encontraron en Puerto Rico: un aparato administrativo que eximía a los ricos de impuestos justos y lanzaba la carga contributiva sobre los peones. Era un sistema “viciously partial and unfair,” fomentando el favoritismo, el fraude y desangrando las fuerzas morales de la sociedad. “This imposition and injustice affected the people sadly. It weakened all the moral forces. It taught deceit and dissimulation.”[9] Con este basamento de corrupción, los militares se vieron a sí mismos como educadores esforzados en enseñar una nueva moralidad. “The Military Governors …. tried to start a moral conviction among the people. They exhorted and threatened and appointed non-partisan boards and cabinets, and moderate men for alcaldes. But the faults remained. They were ingrained in the life of the island.”[10] De acuerdo a Wilson, lo que más preocupaba al general Brooks, el gobernador militar, era “the low moral status which pulled down all thought and purpose…”[11]
¿Cómo entendían los norteamericanos, desde este relato, el sistema autonómico en la isla disuelto por decreto militar en 1899? El general Brooks, siguiendo a Wilson, encontró “a harder problem than fighting battles with cannon. He found Muñoz Rivera in office….”[12] Ante las nuevas autoridades militares, el gabinete autonómico renunció expresando lo siguiente: “On the Council of Secretaries disappearing, it drags along with it the only collective representation of Porto Rico, inasmuch as the North American system has not been implanted here in all its grand and perfect amplitude. And a responsibility not to be eluded would fall upon us if we were to admit participation in a measure with which we do not feel ourselves in conformity.”[13]
El General Henry respondió que el Consejo de Secretarios del Gabinete Insular “simply gave to one man the opportunity to dominate the other departments and enhance his own political power. Such a system is contrary to that which should exist under the present form of government, in which there can be only one head, the Military Governor of the island.”[14] Esta opinión, ampliada, se convertiría en versión oficial sobre la Carta Autonómica. Para Wilson, la declaración lapidaria de Henry describía “the kernel of Porto Rican politics at that time.”[15]
Muñoz Rivera era el problema y su liderato era uno valiente y agresivo ante los invasores. “He was a born leader, and a devoted champion of self-government, if himself controlled that government. He crossed the Military Governor if that officer’s purposes did not coincide with his own. Major Mansfield commanding at Aguadilla, reports that an Alcalde came to him to ask whom should he obey – General Henry or Muñoz Rivera, as he had received contrary orders from them.”[16]
Y Wilson concluye: “One cannot help admiring Muñoz Rivera; he was so forceful, aggressive, dashing, a plumed-knight sort of a man, and truly devoted to autonomy, though he was never satisfied to trust it to anyone except himself.”[17]
Informe del general Davis, el primer “legislador”
De manera diferente, sin ningún dejo de admiración o respeto, el general brigadier George W. Davis había expresado su opinión sobre la élite puertorriqueña en su informe de 1900. Era un grupo diestro y conocedor de teorizaciones sobre ideales, pero solo pensando en sus intereses. No tenía, por supuesto, evidencia de que tal fuera el caso, pero la ausencia era explicada por la simple razón de que no habían estado en el poder. Si lo estuvieran, esquilmarían a sus conciudadanos:
“There is no lack of natives of learning and ability ready to take the place of their former masters, step into their vacant shoes, and take up the government laid down. And, having power, would they not use it as their predecessors did?”[18]
En su Informe, el general Davis describe, diagnostica y prescribe. Puerto Rico solo ha conocido el gobierno de una clase y la mayoría del pueblo, “the common or plain people had no other relation to the government than as subjects. They had been thoroughly taught obedience, and accepted the situation without more than a murmur, and repression always ended the murmuring.”[19] Los bandos políticos no buscan acuerdos sino dominio. En los municipios, la mayoría, escogida mediante sufragio, impone su voluntad y abusa de la minoría, o al menos eso dicen las alegadas victimas.
El 85 por ciento de la población es analfabeta, definida por “their total unfitness to exercise the elective franchise” y la clase que obtendría el poder local, de este conferirse sería la misma clase acostumbrada a la mala administración y corrupción.[20] El pasado pesa. Ese pasado de hábitos conocidos sumado al hecho de que fueron maleducados por España, evapora cualquier confianza en los puertorriqueños para gobernarse a sí mismos. Primero deben mostrar tales dotes. El gobierno propio, “self-government,” “should be withheld until there shall have been a plain demonstration of their competence to exercise it.”[21]
En el informe de Davis, las diferencias políticas entre liberales y republicanos, demasiado profundas y personales, son causa para descripciones que, en su llaneza, sugieren extrañeza e ironía. Aunque los líderes partidistas tienen familiaridad con derechos civiles e instituciones representativas, y prometen las bienandanzas que otros países disfrutan, esto no impide un sospechoso apego por soluciones castrenses. Según él, las minorías en los consejos municipales no cesan en alegar atropello y reclamar la intervención militar en los municipios. En el mismo momento en que Davis trabaja su informe la minoría en una de las principales ciudades (¿Ponce?, ¿San Juan?) demanda “that a military man be sent to displace the town council and assume entire charge.”[22]
No pone en duda la existencia de personas educadas, capaces y con ideas loables. Su único problema, fatal para Davis, es que son latinoamericanos, una etnia cuya seña distintiva es la incapacidad para gobernarse y para la cual la estabilidad es solo alcanzable bajo despotismos.
“But I have no knowledge of any country where Latin Americans, released from arbitrary control, have established well-ordered representative institutions within a generation succeeding their liberation, and there are to-day many unfortunate illustrations of their incapacity to do so in countries which have been independent for sixty or seventy years. History tells us that usually in Spanish-American republics there is a revolution or civil war at intervals of a few years, except when despotic use of power has prevented it.”[23]
Una vez Davis postula esta “evidencia” empírica, la conclusión es inexorable. Es también la oración final del pasaje anterior: “In vain have I diligently sought for a reason justifying a confidence that Porto Rico would be able to make a better record.”[24]
Davis reconoce la dificultad en eliminar la unidad municipal, la única estructura conocida en la isla para asuntos locales, pero sí menciona la idea de “amalgamation,” consolidación de varios municipios en uno. Un comité de uno de los partidos, sin identificar cuál partido, recomendó que el número de municipio se redujera a veintiséis. [25]
Por otro lado, es incierto si la elección de nuevas asambleas municipales hubiese sido un atractivo para inversionistas. Estos, en la opinión de Davis, preferirán esperar hasta que haya claridad sobre las leyes de contrato, hipotecas, protección de capital por las leyes y los tribunales.[26]
El texto de Davis testimonia la existencia de dos legibilidades, cada una con su código interpretativo, su conjunto de términos para definirse, y en conflicto entre sí. Para la élite autonomista, despojada de su mayor triunfo al lograr la Carta Autonómica, la invasión ofrecía la oportunidad para otra forma autonómica que ellos llamaron, si atendemos a Muñoz Rivera, “federal” queriendo decir “self-government.” Para Davis, la elite isleña, fraguada en las mañas españolas, chamuscada en su corrupción y diestra en los “métodos” del pasado, los únicos que conocía, sería tan abusiva como sus maestros peninsulares. Cualquier forma de gobierno propia requería aprendizaje. Debía mostrar primero que sabía administrar bien un municipio. “When they govern municipalties well they may have larger duties devolved upon them.”[27]
Por una “fortunate circumstance,” Puerto Rico puede quedar exento del patrón de desgracias de otros países latinoamericanos. Puerto Rico “never was, is not, and probably never will be, independent.”[28] Esta es la “fortunate circumstance” que dejará a la isla bajo la administración del Congreso y como no tendrá un ejército local tampoco dispondrá de los instrumentos militares para imitar el caos de las repúblicas latinoamericanas. Para remachar su argumento, Davis insiste en lo predecible: un supuesto gobierno propio caería en manos de la misma clase que, con sus “customary and familiar methods”, controlaría lo público de la única forma que conoce. Es una conclusión que él mismo lamenta.
Con sus diagnósticos y veredictos Davis será el primer “legislador” de Puerto Rico. En ese puesto recomendó un consejo ejecutivo, los secretarios del mismo, un gobernador, y todos estos nombrados por el presidente de Estados Unidos.[29] Estas recomendaciones serán estipulaciones de la Ley Foraker.
Dos legibilidades en conflicto
Las legibilidades en conflicto, transparentes en el texto de Davis, marcarán las interacciones del liderato puertorriqueño con la nueva metrópoli. La elite criolla vio, o pretendió ver, en Estados Unidos otro terreno para una réplica de su ideal autonómico reformulado como “self-government.”
El uso de un vocablo del inglés, del idioma donde ya tenía un significado bien definido, y de inmediato entenderlo de otra manera, querer decir algo muy distinto a lo que los nuevos poderes metropolitanos conocían, y que ya tuve oportunidad de señalar en el discurso de Muñoz Rivera, tendría manifestaciones más dramáticas. En 1909, en una conferencia organizada por un grupo filantrópico, el gobernador Post respondía a la pregunta de si los puertorriqueños deseaban la ciudadanía americana. En el sector educado, el gobernador afirmaría, el 80 por ciento la quería, pero el 15 por ciento de este sector tenía una idea “confusa” sobre su significado. Según Post, para este 15 porciento la ciudadanía tenía que acarrear autonomía y “self-government:” “but about 15 per cent of these will tell you that they want it if it carries with it autonomy, or “all the rights and privileges to which an American citizen is entitled,” showing that the idea of citizenship is confused in their minds with autonomy, a greater degree of self-government..”[30]
Era una “legibilidad” de capas sobreimpuestas. La superficie era lo familiar para los funcionarios norteamericanos. Lo familiar era también velo. La capa subyacente era la que contenía el verdadero sentir de la elite puertorriqueña.
Un excelente ejemplo de esos dos registros, de lo familiar y lo oculto, lo expresado y lo significado, ocurrirá en 1924 durante las vistas en el Congreso para considerar la posibilidad de otorgar a Puerto Rico el poder de elegir al primer ejecutivo. El presidente de la Cámara de Representantes, Miguel Guerra Mondragón demostró sus conocimientos sobre las diversas formas en que los territorios dentro de los Estados Unidos fueron organizados antes de advenir a la estadidad. De esta manera refutaba a los congresistas que hallaban cobijo a su oposición al gobernador electo en supuestos precedentes. En un testimonio, Guerra Mondragón mezcló la deferencia con una forma sutil de agujerear la ignorancia de los congresistas, conocida o sospechada. Y Guerra Mondragón fue muy elocuente al describir el tipo de civilización en Puerto Rico al momento de la invasión, tal y como se desprende de la siguiente cita: “Your territories were but large tracts of land, and sparsely populated, at their inception.”[31]
“When you come to us you found a community that was better organized’ and possessed of a higher degree of culture and civilization than most of your Territories at the time they were incorporated into the Union. Ours was a civilization 400 years old. We are, as you know, older than you. Porto Rico was already a highly organized and civilized Christian community at the time of the Spanish-American War. It might be admitted that then we were poorer and industrially, undeveloped. That was not our fault. But material development- trade, commerce, roads, buildings—does not count when we are dealing with a problem from one people to another. Material development is a question of money and resources, and I am referring to the human, spiritual problem. Now, you did not go to Porto Rico to undo things, but to help us to do things on the historical foundation that was laid down by our forefathers four centuries before… You. did not go there to colonize, as you did in the great old Territories that are now proud member States of the Nation. Our island was colonized already. You did not go to Porto Rico to eradicate the things that four centuries of Christian civilization created and formed. No; that could not be a worthy mission for the United States, the cradle of liberty and tolerance. Your mission was a higher and a nobler one. It was the unselfish mission, as I view it, to help us conform our ideals, the ideals of a people different from yours in origin and race, to the ideals and purposes of this great liberty-loving Nation that is now the hope [of] the whole world. In that we have followed you with great enthusiasm. [32]
Como ya uno de los congresistas se había referido a Canada para indicar que su gobernador no era elegido por la población, Mondragón pudo explicarse mejor diciendo que ese gobernador era un “figurehead”[33] y que “[t]he premier and his cabinet, chosen by the people, are the government. The Governor of Canada, like the King of England, reigns but does not govern.”
El modelo canadiense, con el primer ministro y su gabinete “chosen by the people,” era el modelo de la elite autonomista contrabandeado en Washington como “full autonomy:” “I think this would be the wisest policy. Full autonomy, as against the assimilating policy which prevailed in the old Territories of the Union. “[34]
En estas vistas, Guerra Mondragón describió los territorios norteamericanos como terrenos baldíos clamando por labriegos, parajes incivilizados jamás comparable con los cuatro siglos de “civilización cristiana” en Puerto Rico. Y de paso confesó su preferencia por el sistema inglés: “as England governs her colonies.” Quizás Guerra Mondragón lo desconocía, pero en 1900 el general Davis había alabado la forma en que Inglatera administraba sus posesiones.
Conclusión
El periodista Robinson, el militar Davis y el administrador Wilson ofrecieron tres miradas sobre la nueva posesión. Muñoz Rivera y Guerra Mondragón mostraron el conflicto de legibilidades. Entraron en la cultura política de la metrópoli y la interpretaron desde la exclusividad del lente autonomista. En este ensayo me he enfocado en textos de figuras preeminentes del sector autonomista, no en los trabajadores, que ya tenían organización y voces propias. Ese sector, ya estudiado por excelentes historiadores, sigue invitando una relectura.
Ahora podemos retornar a Robinson. Allá en Ponce, en 1898, este periodista se adentraba en las redes de la onomatopeya: quiso comprar un “rubber blanket” y el mostrador se llenó de productos blancos. Decidió usar gesticulaciones y contorsiones para hacerse entender, metáfora presagiosa e invertida sobre acciones futuras de otra elite insular que desde la segunda mitad del siglo veinte también ha buscado ser entendida. Con gesticulaciones y contorsiones.
Robinson describiría otra viñeta. Cuando pidió unos nísperos, el comerciante, muy servicial, llamó a un mensajero para que lo acompañara a la residencia de un amigo donde podía cogerlos de los árboles. “…the courteous gentleman … sent for chairs to be placed for us in the cool shade of a huge mango-tree. The señora joined us, and a small black-skinned urchin was sent to gather the fruit I wanted. Naked and half-naked children, apparently belonging to the colored servants, played about us in company with three or four puppies.”[35]
El periodista que viajó con el ejército invasor disfrutando la hospitalidad de un pequeño propietario y su esposa, blancos, es de suponer, y rodeado de niños de tez oscura. Esto quedaría como metáfora de lo porvenir.
Referencias
[1] Historia; p. 43. Editorial en El País, 7 de septiembre de 1899.
[2] Historia; p. 45.
[3] Historia; p. 45.
[4] Historia; pp. 45-46.
[5] Historia; p. 46.
[6] Edward S. Wilson, Political development of Porto Rico. Columbus, Ohio: Fred J. Heer Publishers, 1905; p. 3. Será citado como Political development.
[7] Wilson, Political development; p. 72. Énfasis añadido.
[8] Wilson, Political development; p. 72.
[9] Wilson, Political Development; p. 59.
[10] Wilson, Political Development; p. 59.
[11] Wison, Political Development; p. 60.
[12] Wilson, Political Development; p. 72.
[13] Citado en Wilson, Political development; p. 66.
[14] Wilson, Political development; pp. 66-67.
[15] Wilson, Political development; p. 67.
[16] Wilson, Political development; p. 67.
[17] Wilson, Political development; p. 67.
[18] Brigadier General George W. Davis, Report on Civil Affairs of Puerto Rico. 1899 Washington: Government Printing Office, 1900; p. 73. Citado en adelante como Report.
[19] Davis, Report; p. 59.
[20] Davis, Report; p. 74.
[21] Davis, Report; p. 74.
[22] Davis, Report; p. 60.
[23] Report; p. 74.
[24] Report; p. 74.
[25] Davis, Report; p. 64.
[26] Davis, Report; p. 65.
[27] Davis, Report; p. 74.
[28] Davis, Report; p. 74.
[29] Davis, Report; p. 76.
[30] Report of the Twenty-Seventh Annual Meeting of the Lake Mohonk Conference of Friends of the Indian and Other Dependent People. October 20th, 21st and 22nd, 1909; p. 181. Este informe está disponible en Hathi Trust.
[31] Hearings. Sixty-eight Congress; p. 30.
[32] The Civil Government of Porto Rico. Hearings before the Committee of Insular Affairs, House of Representatives. Sixty-eight Congress; first session; p. 31. Citado en adelante como Hearings. Sixty-eight Congress.
[33] Ver Hearings. Sixty-eight Congress; pp. 12-13.
[34] Hearings. Sixty-eight Congress; p. 32. Énfasis añadido.
[35] Albert Gardner Robinson, The Porto Rico of To-Day. Pen Pictures of the People and the County. New York: Charles Scribner’s Sons, 1899; p. 45.