Memoria desde los márgenes: 1981
José Curet
Fachada actual de lo que fue la Librería Punto y Raya en Río Piedras. Foto: José Curet.
En aquel semestre de 1981, cuando comenzó la huelga, me enteré de que me había quedado fuera de la Universidad. El contrato docente que había tenido en el Recinto de Río Piedras, primero a tiempo completo, luego parcial, acababa de ser rescindido. Los primeros meses de desempleo los utilicé para ir a la Colección Puertorriqueña de la Biblioteca José M. Lázaro e investigar a fondo el periódico El Ponceño, de donde más tarde surgiría mi primer libro, Los amos hablan.
Cuando el dinero ya se me agotaba, en una de mis visitas a librerías, el gran amigo Javier Figueroa, propietario de Punto y Raya, ubicada en la calle Amalia Marín esquina con la calle González, leyó en mi rostro la situación y generosamente me ofreció allí un espacio. Le estaré siempre agradecido. En la inmemorial Punto y Raya leería muchísimos libros con los que estaba familiarizado por referencias y que hasta entonces no había tenido la oportunidad de leer. Y sobre todo conocí a muchísimos profesores, escritores y estudiantes que de otra manera no hubiese conocido jamás. Allí se dieron cita una tarde el profesor Arcadio Díaz Quiñones y la escritora Rosario Ferré para dialogar en una tertulia con el poeta cubano Reinaldo Arenas.


Y entre todos los que allí acudían también conocí y le di refugio a muchos estudiantes que venían huyendo de los gases y macanas, de aquella fuerza policial que inmisericordemente los perseguía durante la huelga del 1981. Me reconfortaba el poder brindarles allí un espacio. Si bien he olvidado algunos de los diálogos que entonces sostuvimos, en el rostro de aquellos estudiantes pude leer, y ahora recordar bien, lo que era y sigue siendo la represión ante el reclamo de una educación y matrícula justas. En aquel entonces pude apreciar la tenacidad de los estudiantes como nunca antes. Yo había cursado todos mis estudios universitarios en Estados Unidos, excepto por un verano cuando por pura casualidad tomé un curso de historia en la UPR. Aquel verano hizo que cambiara mi ruta intelectual y que me hiciera historiador. Poco más adelante daría clases en nuestra universidad, atestiguando de primera mano la curiosidad y el deseo de aprender y discutir de su comunidad.
Desde aquella época para acá, sin embargo –y visto ahora desde los márgenes– mucho parece haber cambiado. Si bien perduran esos pequeños grupos de intereses entre algunos administradores y la precariedad económica ha tornado más azarosa la rutina de los estudiantes, echo de menos aquella actividad tan efervescente dentro y fuera del recinto cuarenta años atrás. A juzgar por el movimiento en las calles y librerías de Río Piedras, todo parecería haberse eclipsado. Quien hoy pasee por las afueras de la universidad y visite las pocas librerías que aún quedan abiertas, extrañará aquellas tertulias y conversatorios que parecían ser una extensión del salón de clases. De un tiempo para acá, incluso antes del Covid, aquella bulliciosa actividad parece haberse silenciado. Hasta 1980, “se puede considerar que Río Piedras tuvo su época de oro como ciudad… por la presencia de la Universidad de Puerto Rico, el casco urbano riopedrense fue un punto de trasbordo… Según María Isabel Vicente, ex presidenta de la Asociación de Comerciantes de Río Piedras, la situación de este sector empezó a decaer durante la década de los 1990, cuando las tiendas abandonaron los centros urbanos… Muchos de los clientes de los comercios eran los profesores de la UPR. Profesores y escritores como Juan Ramón Jiménez, Margot Arce y Nilita Vientós” (“Río Piedras, antes y después”, El Adoquín Times, julio 10, 2018).
Quien hoy pasee por las afueras de la universidad y visite las pocas librerías que aún quedan abiertas, extrañará aquellas tertulias y conversatorios que parecían ser una extensión del salón de clases.
No obstante, viendo aquella huelga y las de ahora, aunque sus motivos puedan ser distintos (y en aquel entonces, por ejemplo, no hubiera una Junta de Control Fiscal), un elemento común parece unirlas: el poder omnipresente de la “autoridad” y el menosprecio por los reclamos académicos y económicos de estudiantes y profesores; y también, una vez pasada las huelgas, la indiferencia que parecería ceñirse sobre todos aquellos esfuerzos. Pero sigue imperando un norte: a la Universidad hay que defenderla. No debe ser vista como un negocio sino como un centro vital de formación.
En aquellos meses de 1981, mientras observaba la universidad a la distancia y escribía Los amos hablan, puse en la primera página una cita de Walt Whitman:
“creeds and schools in abeyance standing back, sufficed at what they are, but never forgotten”
Y esa cita del poeta, describe también ahora cabalmente eso que sentimos aún latente (“ïn abeyance”) cuando miramos esa universidad que dejamos atrás y la vemos desde la memoria de sus márgenes.