Mural de la Memoria | Violencias y solidaridades

Fragmentos de memoria

María de los Ángeles Castro Arroyo

La huelga empezó como tantas otras, con manifestaciones y paros definidos que fueron escalando y levantando el nivel de participación estudiantil hasta convertirlo en un apoyo masivo que contó también con las simpatías de buena parte del profesorado. La elocuencia del liderato joven convencía de la legitimidad de sus demandas y contrastaba con la parquedad de la intransigente administración. La larga duración de la huelga dio lugar a que se suscitaran episodios múltiples y muy variados en todas las facultades y espacios del Recinto.

Al principio, los estudiantes visitaban respetuosamente las clases exhortando a sus compañeros a unirse a la protesta. Los profesores solían permitirles entrar y dirigirse al grupo, pero hubo otros empecinados en no dejarlos interrumpir las clases y hacer valer su autoridad provocando incidentes diversos y que subiera el tono de los visitantes. El más extremo que recuerdo fue el de clavetear las puertas dejando encerrado al docente con su grupo hasta que alguien iba a liberarlos. Las noticias se difundían rápidamente por la vía oral.  

Cuando se calentaron los ánimos y arreció la huelga, el Recinto permaneció abierto con la presencia de la policía y sus unidades represivas patrullando los edificios, aunque la asistencia de los estudiantes a las clases era irregular, cada vez más baja. A los profesores se nos pasaba lista y se rondaban los pasillos para constatar presencia y denunciar ausencias que tenían consecuencias. Conozco el caso de un profesor a quien se le descontó parte de su salario por negarse a romper huelga y dictar su curso en tales condiciones. Así se mantenía artificialmente la idea de que el Recinto funcionaba. Mas cada profesor asumía su responsabilidad de penalizar o no a los alumnos “desaparecidos” y por la materia que se discutía. Creo que la mayoría se hizo de la vista larga y el tema de la huelga cubrió muchas lecciones. Durante ciertas noches, algunos de nosotros conversábamos con los estudiantes más allegados sobre la marcha de los acontecimientos y tratábamos de aconsejarles que mantuvieran la sensatez para evitar choques directos con la policía. En uno de los momentos más intensos del conflicto, algunas jóvenes nos consultaron sobre acceder a entrar piedras y armas en sus carteras. 

Cuando se calentaron los ánimos y arreció la huelga, el Recinto permaneció abierto con la presencia de la policía y sus unidades represivas patrullando los edificios, aunque la asistencia de los estudiantes a las clases era irregular, cada vez más baja. A los profesores se nos pasaba lista y se rondaban los pasillos para constatar presencia y denunciar ausencias que tenían consecuencias.

Hubo jornadas pintorescas como fue la protesta solitaria del profesor Georg Fromm, de Filosofía, cartel en mano ante la biblioteca Lázaro denunciando solo su apertura administrativa, sin ofrecer los servicios de rigor. Sus cómplices fueron dos profesores del Departamento de Historia: Gervasio García, el fotógrafo, y Andrés Ramos Mattei, el testigo. La actividad, prohibida entonces, terminó cuando el teniente Falú, el más agresivo de la guardia universitaria de entonces, lo acompañó hasta la Rectoría, mientras Fromm le explicaba por qué la biblioteca tenía que prestar los libros.

El incidente más grave ocurrió el fatídico 25 de noviembre. Ese día los estudiantes celebrarían una asamblea en el extenso predio de grama frente al edificio Facundo Bueso, cercano a la Torre, mientras un nutrido grupo de profesores y empleados observábamos la situación desde la calle frente a ellos. De momento miramos hacia atrás y vemos en las aceras de la Torre y del edificio Antonio S. Pedreira una línea cerrada de la guardia de choque con escudos largos y la cara protegida, lista para entrar en acción. En un instante se formó un cordón de profesores interponiéndose entre la policía y los estudiantes en lo que estos salían del lugar. Fue un momento de gran tensión. A raíz de ese primer susto, regresábamos a los lugares de trabajo cuando ocurrió la debacle. La policía, desatada, apoyada por la guardia universitaria, emprendió una persecución contra los estudiantes que huían desbandados, unos hacia el pueblo de Río Piedras, hasta donde incursionó con furia la fuerza de choque, y otros buscaron refugio en los salones y oficinas de la Facultad de Humanidades que les quedaba cerca.

Luego se comentaba jocosamente por los pasillos de Humanidades que los que entraron al salón de la profesora Ana Lydia Vega aprendieron a decir en francés palabras como policía, macana, represión y otras igualmente oportunas. En el Centro de Investigaciones Históricas tuvimos estudiantes refugiados debajo de mesas y escritorios. Cuando la policía tocó se le contestó desde la puerta a medio abrir que todo estaba tranquilo. Claro, el silencio sepulcral ayudó a que no intentaran entrar a corroborar. A eso de las 3:00 o 4:00 de la tarde, cuando todo parecía calmado, empezó el desfile. Los profesores Gervasio García, Andrés Ramos Mattei y Fernando Picó fueron sacando a los estudiantes uno a la vez, escoltándolos hacia sus carros, los portones o facultades respectivas. El último lo sacó la que suscribe a las 6:00 de la tarde, acompañándolo hasta dejarlo a salvo en su casa de la barriada Israel en Hato Rey.

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