Cadena/libertad

Hay lecciones inesperadas que aterrizan en el corazón y se siembran para siempre: no necesitan de surcos ni de abono para enraizarse. Así también, el vértigo lánguido del recuerdo que a veces suele asediarnos, logra rescatar imágenes sepultadas en los anales de la memoria, como aquellas de un día soleado del año 1981, al pie de las escalinatas que conducen al edificio Antonio S. Pedreira, en el Recinto de Río Piedras. 

Era la inconfundible voz de mi entrañable profesor de latín don Segundo Cardona. A partir de ese instante, sólo recuerdo la magia de las manos unidas de todos, erigiéndose en escudo protector de los estudiantes y al querido profesor de latín, como un eslabón más, en aquella cadena que me supo a pura libertad.

Un grupo de profesores de la Facultad de Humanidades junto a varios asistentes del Departamento de Lenguas Extranjeras, observábamos el sobrecogedor avance de la policía hacia nuestros predios en donde los huelguistas, pese al panorama amenazador, continuaban voceando con firmeza sus consignas.

No sé cómo exactamente ocurrió: la indignación y el miedo extrañamente se maridaron y nos hicieron caminar hacia adelante. La colisión entre huelguistas y policías parecía más que inminente. Y justo entonces, como un relampagazo, escuché la voz angustiada de alguien a mi lado que alcanzó a proferir un: “¡Van a matarlos, van a matarlos!”. Era la inconfundible voz de mi entrañable profesor de latín don Segundo Cardona. A partir de ese instante, sólo recuerdo la magia de las manos unidas de todos, erigiéndose en escudo protector de los estudiantes y al querido profesor de latín, como un eslabón más, en aquella cadena que me supo a pura libertad.

Cuarenta años después, el arte de declinar los cinco paradigmas de la lengua latina o el poder armar el rompecabezas de su sintaxis, se ha ido desvaneciendo al compás del tiempo implacable, pero aquella lección de verticalidad y amor del maestro, aún perdura intacta en la caja fuerte de mi memoria.