Mural de la Memoria | Lo que vino después…

Mirada desde la distancia

Heriberto Martínez Rivera

Para aquellos que participamos en la Huelga del 1981, la mirada al pasado es tan apasionante como significativa, pues se trató de un proceso determinante en nuestro desarrollo personal y en la transformación de nuestra conciencia social.

La huelga fue trascendente en la vida de un grupo de jóvenes que, con corazones llenos de nobles ilusiones e inquietudes sobre la realidad nacional, soñaron que un mejor Puerto Rico era posible. Con el idealismo típico de esas edades formativas recorríamos la ruta universitaria visualizando destinos profesionales para encontrar nuestro lugar en la historia. Jamás hubiera vislumbrado, en aquel entonces, lo concluyente de este proceso en la construcción de mi consciencia y definición vocacional.

Mi herencia familiar fue determinante, tanto en mi participación en la Huelga como en mi trayectoria de vida. Soy hijo de una familia de clase trabajadora y nací en un ambiente de profunda religiosidad evangélica. Realicé mis estudios primarios y secundarios en las escuelas públicas de Manatí. En 1978, ingresé a la Universidad de Puerto Rico en Arecibo donde cursé estudios durante dos años. En el 1980, me trasladé al Recinto de Río Piedras para continuar mi educación. 

La universidad propició un ambiente de cuestionamiento sobre el papel de la Iglesia en la sociedad y, a la misma vez, sobre mi formación religiosa. El mundo universitario abrió las puertas al análisis crítico y el debate de ideas. Igualmente, me ofreció la oportunidad de exponerme a la discusión pública del país. 

En el 1981, estalló la huelga estudiantil en contra del alza uniforme en las matrículas. El concepto de justicia social que aprendí en la iglesia suscitó en mi la inquietud de participar en la huelga para reclamar que la educación es un derecho fundamental. Más aún, consideraba que la educación era vital en la construcción de una sociedad justa, coherente y llena de posibilidades para todos sus miembros.

El movimiento estudiantil insistía en una educación universitaria accesible para la juventud puertorriqueña, en particular para los sectores económicamente desventajados. Las variadas actividades que diariamente se desarrollaban en el recinto, para dar continuidad a las acciones de protesta y responder a situaciones inesperadas, hicieron posible el despliegue de la más extraordinaria capacidad creativa de sus militantes. Esa entusiasta creatividad guiada por un idealismo utópico de “querer tomar el cielo por asalto”, crearon la condiciones idóneas para mantener vivo el compromiso de lucha durante cinco largos meses. 

A todo este esfuerzo, se añaden las largas noches de evaluación de las actividades del día en la oficina del Consejo General de Estudiantes. El proceso evaluativo fue determinante en la búsqueda de puntos de consenso y definición de estrategias de acción para el día siguiente. Los intensos debates de ideas junto a la experiencia acumulada constituyeron los fundamentos de una nueva consciencia de justicia social y un profundo compromiso patriótico en los participantes. 

Como resultado de mi intervención comprometida en el mencionado proceso, y por ser parte del liderato estudiantil, la administración universitaria me suspendió de la institución, de por vida, alegando razones disciplinarias. 

Ante la imposibilidad de continuar mis estudios en Puerto Rico, amigos y profesores me brindaron la ayuda para proseguir mi educación fuera de la isla. En septiembre de 1983, ingresé a la Rutgers University, en New Jersey, para continuar mis estudios universitarios, donde alcancé un grado de bachiller en economía. En 1989, regresé a la UPR, después de una amnistía que otorgó el gobierno, para obtener un segundo bachillerato en sociología y luego comencé una maestría en teología en el Seminario Evangélico de Puerto Rico. 

Jamás podré olvidar las memorables experiencias que fueron marcando mi caminar en el proceso de lucha estudiantil para garantizar una educación universitaria accesible a todos los hijos e hijas de nuestro archipiélago borinqueño.

Al ponderar el proceso de la huelga del 81, puedo precisar lo esencial de este evento en mi trayectoria de vida, que fue fundamental en la definición de mi vocación religiosa y de servicio pastoral, aferrado a un inquebrantable compromiso de justicia social. A la vez, cinceló un carácter comprometido con el bienestar comunitario y con el deber patriótico por la descolonización y la libertad de la nación puertorriqueña. Cuando repaso mi trayectoria de vida, me reafirmo en la visión de que ¡otro Puerto Rico es posible!

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