Raza e identidad en nuestra historia: escenarios en memoria de Zenón
José Curet
Imagen de Lorenzo Homar, “La tormenta”
Para entender esa visión borrosa entre lo blanco y lo negro, habría que rastrear las raíces históricas de nuestra identidad racial.
Hay palabras cuyo significado ha cambiado de modos significativos a lo largo de la historia. Tal es el caso de la palabra “raza”. Una única definición no lograría captar las distintas gamas y connotaciones con las cuales se ha asociado el término. A modo de homenaje al libro Narciso descubre su trasero, de Isabelo Zenón Cruz, quien sin tapujos deshojó la palabra “raza” hasta llegar a su raíz árabe “ras” para definirla como “tronco”, quisiera aquí recordar algunas escenas que ayudan a dar cuenta de los modos borrosos en que ha funcionado la identificación racial en nuestro país y que, a mi ver, tanto contrastan con la claridad del pensamiento de Zenón.

Una anécdota que escuché de pequeño sobre Víctor Pellot me parecía graciosa. Contaban que en una ocasión, cuando el famoso jugador de los Phillies caminaba por una calle del sur de Estados Unidos, advirtió que una acera era para blancos y la otra para negros. Pero como Pellot no se consideraba a sí mismo ni blanco ni negro (a pesar del color de su piel), siguió caminando por el mismo medio de la calle. Sin embargo, no todo fue cosa de chiste. En uno de sus viajes, mientras su equipo se albergó en un hotel, Pellot tuvo que irse a dormir a una funeraria porque en el hotel se negaban a hospedarlo. Igual podían mandarlo a sentarse en el vagón trasero del tren, porque la parte delantera, en el Sur segregacionista, estaba reservada para los blancos. Aun así, él no se consideraba a sí mismo como “negro”.
Esta anécdota no trata de un caso aislado de cierto “daltonismo” racial en una figura famosa del deporte. Esta misma visión borrosa sobre lo blanco y lo negro sigue presente en nuestra sociedad. Recordemos cómo en el censo del año 2000, cuando por primera vez se pide una clasificación por raza, más del 80 por ciento de la población puertorriqueña se clasificó a sí misma como blanca.
Para entender esa visión borrosa entre lo blanco y lo negro, habría que rastrear las raíces históricas de nuestra identidad racial. Si bien tanto en el Caribe hispano como en Norteamérica se sufrieron regímenes esclavistas, las relaciones interraciales se concibieron de manera distinta en cada uno de estos lugares. No es que la esclavitud o el discrimen fueran más lenitivos en una sociedad que en la otra, sino que en ellas se conformaron distintas visiones sobre raza e identidad, relacionada con una historia problemática de mestizaje.
Más que un libro, es casi un archivo en donde a través de testimonios, diversos escritos y citas de escritores y políticos, se documenta sistemáticamente cómo se ha obviado el estudio, aun la mención, de lo negro en nuestra sociedad.

Por eso, tal vez, no sea de extrañar que los esfuerzos que se han hecho en Puerto Rico en el pasado por organizar la llamada “población de color” en grupos de presión para exigir reclamos no hayan tenido éxito. Así lo demuestra Paul Cruz Rosa en su tesis “El Panafricanismo y la Asociación Universal de Desarrollo Negro”. Cuenta Cruz Rosa que Marcus Garvey, quien había fundado en Jamaica una Asociación Universal de Desarrollo Negro, quiso incorporarla en Puerto Rico en 1920. Pero se topó con el que aquí nadie quería identificarse como negro, y menos hablando inglés. A partir de mis investigaciones sobre la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, recuerdo el cuidado que pusieron en aquel entonces los sectores de poder para evitar que los libertos no se organizaran en comunidades separadas, como lo hicieron en Jamaica y en Cuba. Todavía perdura en Jamaica la exaltación de la raíz del cimarronaje. En el en reggae de Bob Marley, por ejemplo, escuchamos, “my roots, back to Africa”; mientras Palés, en su Tuntún, nos da la metáfora de un árbol sin raíz y Tembandumba, quien fuera una vez “selva africana”, en el poemario termina paseando su negritud “por la encendida calle antillana”.
No puede decirse que en Puerto Rico no exista discrimen y prejuicio, como lo muestra recientemente el lamentable caso de la niña Alma Yariela. Se le enjuició e imputaron cargos criminales en 2017 por defenderse de una burla (“bullying”) racista, sin pasar juicio sobre el racismo victimario mismo. Por eso, nada mejor que recordar aquellos versos de Vizcarrondo al pensar la identidad puertorriqueña: Ayé me dijite negro// Y hoy te boy a contejtá: // Mi mai se sienta en la sala.,//¿y tu agüela, aonde ejtá?
Y es justamente esa agüela, nuestro pasado africano y la vitalidad de lo negro en el presente, según se manifiesta políticamente en el activismo de las Colectivas Feministas e Ilé, lo que muchas veces parece subestimarse, cuando no ignorarse. Así lo demostró contundentemente Isabelo Zenón Cruz en su libro Narciso descubre su trasero. Más que un libro, es casi un archivo en donde a través de testimonios, diversos escritos y citas de escritores y políticos, se documenta sistemáticamente cómo se ha obviado el estudio, aun la mención, de lo negro en nuestra sociedad. Además, se incluye todo un extenso análisis sociológico y lingüístico del concepto raza. Se hace eco de las ideas del escritor cubano Fernando Ortiz sobre la etimología de la palabra, que proviene del árabe (ras), para definirla, al igual que lo sugirió Palés, como “tronco”. Resalta, casi inconscientemente, cómo se ha menospreciado el aporte de los negros a nuestra sociedad, por ejemplo, cuando se habla del “negro puertorriqueño” en vez “puertorriqueño negro”, subordinado así su condición puertorriqueña a una cuestión adjetival, no sustantiva. Zenón disipó así, a mi ver, sombras que, sin embargo, aún hoy siguen ciñéndose sobre las ideas de raza e identidad en nuestra historia.
Jose Angel, excelente artículo.
Excelente!! Es bueno saber que todavia recuerdan ISABELO